Pongo aquí una recolección de distintas entradas del blog relacionadas con San Ignacio, que el Padre Cantero, realizó:
Las lecturas expresan 3 características de la espiritualidad y la obra del Santo.
1Tim 1, 12-17 sería la referencia a la vida de Ignacio. San Pablo se describe a sí mismo como un blasfemo, un perseguidor y un violento, pero Dios tuvo compasión de mí… Dios derrochó su gracia en mí…, se compadeció de mí para que en mí mostrara Cristo toda su paciencia… Ignacio se describe a sí mismo como “soldado desgarrado y vano” (y en la expresión esa –“vano”- está indicando una vida pecadora). Pero descubre a Cristo crucificado que ha dado su vida POR ÉL, y se abre con todas sus fuerzas a preguntarse: Y yo ¿qué he de hacer por Cristo?
La respuesta viene en el evangelio: Lc 9, 18-26, en el que se siente Ignacio interrogado por el propio Jesús: Y tú, ¿quién dices que soy yo? Para entrar Ignacio en una dinámica de conocimiento interno del Señor para más amarlo y seguirlo. Ahora bien: ¿Cómo se ama y se sigue a Cristo? Cuando se le ha conocido en su vida misma y se acaba uno identificando con el Cristo de la cruz: El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz cada día y se venga conmigo. E Ignacio querrá parecerse a Jesucristo y buscará identificarse con él en lo más característico de Jesús: la pobreza, la humillación, la cruz, en un verdadero reventón de amor.
El camino que sigue Ignacio lo marca la 1ª lectura: Deut 30, 15-20 hace referencia a esa nota distintiva del discernimiento de espíritus: Hoy pongo ante ti la vida y el bien, la muerte y el mal. Si cumples lo que yo te mando hoy, el Señor tu Dios te bendecirá… Elige la vida y vivirás tú y tu descendencia, amando al Señor tu Dios, escuchando su voz, pegándote a él, pues él es tu vida y tus largos años… La vida de Ignacio se desenvolverá en esa ELECCIÓN que le pone ante la vida y las cosas con la plena conciencia de que de nada vale al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida, lo que a su vez le conduce a vivir su vida y realizar su obra a mayor gloria de Dios para EN TODO AMAR Y SERVIR.
La Eucaristía marca un hito en la vida de San Ignacio porque en ella recibió profundas gracias místicas de arrobamientos y lágrimas de amor, y en ella recibió una buena parte del espíritu que trasmitió a la Compañía de Jesús. La Eucaristía no era para Ignacio un añadido espiritual sino un foco de irradiación para todo el proceso de su espíritu
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Las lecturas expresan 3 características de la espiritualidad y la obra del Santo.
1Tim 1, 12-17 sería la referencia a la vida de Ignacio. San Pablo se describe a sí mismo como un blasfemo, un perseguidor y un violento, pero Dios tuvo compasión de mí… Dios derrochó su gracia en mí…, se compadeció de mí para que en mí mostrara Cristo toda su paciencia… Ignacio se describe a sí mismo como “soldado desgarrado y vano” (y en la expresión esa –“vano”- está indicando una vida pecadora). Pero descubre a Cristo crucificado que ha dado su vida POR ÉL, y se abre con todas sus fuerzas a preguntarse: Y yo ¿qué he de hacer por Cristo?
La respuesta viene en el evangelio: Lc 9, 18-26, en el que se siente Ignacio interrogado por el propio Jesús: Y tú, ¿quién dices que soy yo? para entrar Ignacio en una dinámica de conocimiento interno del Señor para más amarlo y seguirlo. Ahora bien: ¿Cómo se ama y se sigue a Cristo? Cuando se le ha conocido en su vida misma y se acaba uno identificando con el Cristo de la cruz: El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz cada día y se venga conmigo. E Ignacio querrá parecerse a Jesucristo y buscará identificarse con él en lo más característico de Jesús: la pobreza, la humillación, la cruz, en un verdadero reventón de amor.
El camino que sigue Ignacio lo marca la 1ª lectura: Deut 30, 15-20 hace referencia a esa nota distintiva del discernimiento de espíritus: Hoy pongo ante ti la vida y el bien, la muerte y el mal. Si cumples lo que yo te mando hoy, el Señor tu Dios te bendecirá… Elige la vida y vivirás tú y tu descendencia, amando al Señor tu Dios, escuchando su voz, pegándote a él, pues él es tu vida y tus largos años… La vida de Ignacio se desenvolverá en esa ELECCIÓN que le pone ante la vida y las cosas con la plena conciencia de que de nada vale al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida, lo que a su vez le conduce a vivir su vida y realizar su obra a mayor gloria de Dios para EN TODO AMAR Y SERVIR.
La Eucaristía marca un hito en la vida de San Ignacio porque en ella recibió profundas gracias místicas de arrobamientos y lágrimas de amor, y en ella recibió una buena parte del espíritu que trasmitió a la Compañía de Jesús.
Siguiendo con la lectura continua que se leerá hoy en las iglesias que no son de la Compañía de Jesús, hoy explica Jesús a sus apóstoles la parábola de la cizaña, aunque ya casi que quedó clara en la misma exposición de la misma. Pero tomemos ahora la palabra misma de Jesús para saber interpretar esa enseñanza que nos llega en la forma de parábola.
Dice Jesús que el que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre. Es evidente. Jesús, el enviado de Dios, sólo siembra el bien, y nunca el mal. El mal no procede nunca de Dios. El campo es el mundo: Jesucristo esparce su enseñanza en el mundo. Quiere que todos los hombres escuchen la palabra de Dios. La buena semilla son los ciudadanos del reino. Esto sí puede resultar un tanto novedoso, porque en la otra parábola –la del sembrador. La “buena semilla es la Palabra de Dios”. Aquí, la buena semilla es la gente buena que anda por el mundo. La cizaña son los partidarios del maligno, la gente malvada que convive con la gente buena, y que provoca constantemente la tensión entre el bien y el mal. El enemigo que la siembra es el diablo. El mal solo puede venir de él, que es el enemigo de Dios y por tanto el enemigo de lo bueno y de los buenos.
La cosecha es el fin de los tiempos. Entonces es cuando toca separar a los malos de los buenos. Entonces es cuando queda patente dónde estuvo Dios y dónde estuvo el diablo. Los segadores son los ángeles. Dios dará a los ángeles, sus ministros, esa orden de separar la cizaña (lo hijos del diablo) del trigo (los ciudadanos del Reino).
Y lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será el fin del tiempo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles y arrancará de su reino a todos los corruptores y malvados y los arrojará al horno encendido, donde será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. La descripción es muy expresiva y muy digna de considerarse, porque hoy viven los ciudadanos del Reino aplastados por el mal y por los agentes del mal. Pero no será ese el final de los tiempos y el final de la situación. Dios saldrá a favor de los suyos, de los que fueron trigo limpio. Y la cizaña, los que siguieron al maligno, serán arrojador fuera, donde será el llanto y la desesperanza.
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Él no quiso que nos llamáramos con su nombre (ignacianos o iñiguistas). Centrada su vida en la persona de Jesucristo, quiso que nuestro nombre fuera “de la compañía del nombre de Jesús”. De ahí, y quizás con un tono despreciativo, se nos llamó jesuitas, nombre que aparece con connotaciones peyorativas en los diccionarios, y que sin embargo para nosotros es el emblema que nos distingue nuestro espíritu y nuestro modo de proceder centrados en Jesús, ese Jesús que mamamos en el Mes de Ejercicios desde el comienzo de nuestro noviciado, y que marca una vida.
A eso responde la 1ª lectura de la solemnidad (Jer,20,7-9): Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir. Y reconoce el profeta que eso le ganó el ser el hazmerreír de todo el mundo, que se burlaba de mí. Cuando San Ignacio nos da el “Examen” para que sepa el que desea ser jesuita a qué se atiene, le planta por delante un principio fundamental de humillaciones y cruces, que debe amar el jesuita como el mundo ama la gloria y la alabanza.
Comenta el profeta Jeremías que pretendió dejarlo todo eso a un lado (“olvidarme del asunto”) pero se encontró que el pensamiento de dejarse seducir por Dios le ardía como fuego en el alma. ¡Tenía que aceptar esa humillación! E Ignacio de Loyola lo llevó a rajatabla y lo inculcó a sus seguidores.
El SALMO 33, que afianza la idea, nos hace repetir algo hasta que se meta en las entrañas de nuestra vida: Gustad y ved qué bueno es el Señor.
En la 2ª lectura (1Co,10,31 a 11,1) se expresa lo que será el colofón distintivo de la obra ignaciana: A mayor gloria de Dios. Pablo lo expresa diciendo: Ya comáis, ya bebáis o hagáis lo que hagáis, hacedlo todo para gloria de Dios. Dice Pablo que él procura no escandalizar a nadie: ni a judíos ni a griegos ni a la Iglesia de Dios, sino que procura contentar a todos para que se salven.
Una acepción del diccionario sobre la voz: “Jesuitas”, es la de “hipócritas”. Y es que el jesuita responde a esa palabra de Pablo: no escandalizar a nadie y estar abierto a todo el mundo para salvarlo. Ignacio era un hombre serio y recto, pero su actitud era condescendiente, buscando no mi propia ventaja (dice Pablo), sino el bien mayor. Y concluye; Sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo, expresión que muy bien encaja en Ignacio de Loyola, y que ojalá sea la mística interior de un buen jesuita.
El evangelio (Lc.14,25-33) finalmente viene a marcar una de las características más determinantes de Ignacio de Loyola: el discernimiento. Jesús enseña a CALCULAR…, a no dejarse llevar del primer impulso…, a calibrar lo que es conveniente hacer en cada caso: el que empieza una torre tiene que saber si tendrá medios para concluirla, porque de lo contrario será objeto de burlas, porque empezó y no pudo concluir.
Lo mismo el rey que va a aceptar batalla contra otro rey que le ataca con muchos efectivos, tiene que sentarse a pensar con los que él cuenta. Porque si no tiene un mínimo de garantías, mejor es que envíe mensajeros a pedir una paz digna.
San Ignacio de Loyola centra la espiritualidad de los Ejercicios en la ELECCIÓN, y tiene dos tandas de Reglas para orientar una sana elección, unas que están más al comienzo de la experiencia espiritual, y otras –más de iniciados- cuando se trata ya de personas más cultivadas, en las que el peligro es más subrepticio y la atención a las señales tiene que ser más sutil. Hay que sentarse a calcular…
La vida diaria conlleva muchas situaciones que piden determinadas decisiones. Y aunque entonces no se van a pasar por delante las Reglas, sin embargo tiene que haberse hecho un “fondo” que casi automáticamente aplique los principios. He ahí una de las razones por las que no es fácil que un jesuita adopte posturas definitivas en cualquier modo y momento. Y es que en su “mecanismo interior” se están poniendo en acción esas señales que indican por dónde se mueve realmente el Espíritu…, o qué “espíritu” es el que realmente mueve en ese instante: ¿el de Dios?, ¿el espíritu del mal? [que no es necesariamente el demonio, porque pueden ser los resortes subrepticios interiores o las influencias externas lo que esté moviendo a una parte a otra, no precisamente bajo la acción de Dios].
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ESCRITO 9 DÍAS ANTES DE SAN IGNACIO
ESTAMOS EN LA NOVENA QUE PREPARA LA FIESTA DE SAN IGNACIO DE LOYOLA. Acorde con esta liturgia que hemos explicado, podríamos honrar al Santo con un recuerdo a sus “ejercicios de primera semana” que miran a la purificación del ejercitante…; a que descubra en sí mismo el buen trigo y la mala cizaña…; a que se sincere en su corazón con lo que pone Dios, como dueño, sembrado a la luz del día, y lo que viene luego del enemigo que aprovecha el engaño, la “noche”… San Ignacio pide entonces tres gracias muy importantes: conocer el pecado para aborrecerlo; conocer el desorden –el engaño tan fácil- para ordenarse y enmendarse, y conocer las triquiñuelas del estilo del mundo, para aborrecerlas… Porque bajo apariencias atractivas y a veces “inocentes” (a primera vista), el mundo es una fuente de engaños y cizañas que vienen del enemigo. San Ignacio recurre a tres fuerzas para PEDIR: a la Virgen para que me alcance de Jesús; a Jesús, para que me alcance del Padre. Al Padre para que me lo conceda.
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Mes de San Ignacio de Loyola
Concluirá el mes con la fiesta de San Ignacio de Loyola. Es costumbre en los jesuitas dedicar el mes a nuestro Fundador. Y yo lo haré en este blog con el recuerdo de su AUTOBIOGRAFÍA, que narra los pasos fundamentales de la vida de este personaje. Aunque se llame “autobiografía”, de hecho no la escribió él, sino que fue el paciente trabajo del Padre Luis Gonçalves da Cámara. Eso sí: están como escritas casi al dictado, tal como las oyó dicho Padre de boca de Ignacio, que por mucho tiempo se había resistido a contarlo, pero que un día “después de haber hablado conmigo, habiéndose recogido en su cámara, había tenido tanta devoción e inclinación a hacerlo, que se había del todo determinado, y la cosa era declarar cuanto por su ánima hasta ahora había pasado”.
CAPÍTULO I
1.- Hasta los ventisiete años de su edad, fue hombre dado a las vanidades del mundo, y principalmente se deleitaba en ejercicio de armas, con un grande y vano deseo de ganar honra. Y así, estando en una fortaleza que los franceses combatían, y siendo todos de parecer que se diesen, salvas las vidas, por ver claramente que no se podían defender, él dio tantas razones al alcaide, que todavía lo persuadió a defenderse, aunque contra el parecer de todos los caballeros. Y venido el día que se esperaba la batería, él se confesó con uno de aquellos sus compañeros en las armas, y después de durar un buen rato la batería, le acertó a él una bombarda en una pierna, quebrándosela toda y porque la pelota pasó por entrambas piernas, también la otra quedó mal herida.
Caído él, la fortaleza se rindió. Él estuvo 12 ó 15 días en Pamplona, y los médicos dijeron que había que quebrarle nuevamente la pierna mal soldada, sin que él se quejara, ni mostró otra señal de dolor que apretar mucho los puños. Iba empeorando y cerca de la fiesta de san Pedro y San Pablo dijeron los médicos que si no mejoraba hasta esa noche, podían darlo por muerto. Ignacio, devoto de San Pedro, inició esa misma noche la mejoría.
No se acabó ahí el sufrimiento, porque la pierna se quedó más corta y con una prominencia, e Ignacio, vanidoso, se sometió a las pruebas más dolorosas con tal de que quedara lo mejor posible.
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AÑO 2014
Hoy he regresado a "mi base", con motivo de San Ignacio, mi Santo Fundador de la Compañía de Jesús, y tras mis ministerios -dando ejercicios espirituales- en Granada.
SAN IGNACIO puede ser conocido (y no siempre) por FUNDADOR DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS. Él no quiso nunca que lleváramos el nombre de él sino el de Jesús.
Se le conoce más por LOS EJERCICIOS, puesto que él fue inspirado a un "modo y orden" de ejercitar la oración y buscar la voluntad de Dios.
Dentro de esos "Ejercicios", EL DISCERNIMIENTO es un tema básico, muy experimentado personalmente por él, por comparación y reflexión de sus propios estados interiores. La 1ª lectura de la Misa de su fiesta solemne litúrgica lo refleja estupendamente con un texto bíblico (Deut 30, 15).
Y juntamente esencial en esos mismos Ejercicios, y en su vida, el enamoramiento de Jesucristo, Señor, PARA QUE MÁS LE AME Y LE SIGA. Por eso la Compañía no podía llevar más nombre que el de Jesús. El Evangelio de Lc 9,18 viene a decirnos varias instantáneas de Ignacio: ¿Quién decís que soy Yo? E Ignacio planteará casi 100 contemplaciones de la vida de Jesús a través de 21 días de su MES DE EJERCICIOS para que el ejercitante se empape de tal manera de Jesús que acaba SINTIENDO EL DOLOR CON ÉL y GOZANDO DE TANTA ALEGRÍA Y GOZO DE ÉL en la Resurrección.
De un santo de esa altura es menos conocida su vida anterior -"soldado desgarrado y vano (=pecador)-, que la liturgia reproduce en la "foto" que hace San Pablo de sí mismo (Gal 6, 14).
Por otra parte en el Evangelio citado aparece una de esas expresiones que llevaba muy dentro y que acabaron por ganar a Francisco Javier: ¿De qué le vale a uno ganar el mundo entero si arruina su vida?
Pero la faceta que puede desconocer el gran público es su faceta mística. Ignacio fue un gran místico. Hay una revelación citada por él mientras se ejercitaba en Manresa. Salió -por lo que se ve- a tomar el aire y se fue a las orillas del río Cardoner. Allí dice él: "el río iba hondo", lo que hace pensar qué lugar concreto del río fue (yo lo he visto), y tuvo una manifestación divina en la que aprendió más que en toda su vida y en todos los libros. Fue una revelación grande.
Aparte de ello su "Diario espiritual" -que abarca dos años (al menos lo que se conserva)- en el que expresa sus movimientos espirituales, y muchos son de una altura mística notoria. Tenía una gran familiaridad con la Eucaristía, en la que quedaba arrobado, y también en su relación con la Virgen y de Ella con él.
El sentido militar que se le quiere dar al nombre de "Compañía" de Jesús no responde a tal concepto militar, salvo en el sentido que él quiso dar a los jesuitas como apóstoles siempre preparados para salir adonde más falta hiciere y más difícil fuere la empresa, y más rapidez se requieriera.
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AÑO 2013
Los jesuitas celebramos hoy a San Ignacio de Loyola, nuestro fundador. No permitió él que fuéramos conocidos por su nombre: “ignacianos”, “iñiguistas” (modo popular vasco de “Ignacio”), porque tuvo la inmensa experiencia interna espiritual de que Dios Padre le ponía con su Hijo. Y por ello no seríamos seguidores de la persona de Ignacio, sino compañeros de Jesús. [Se equivocan quienes creen que el nombre de “compañía” hace referencia a algo militar]. Ahora bien: ser “compañeros de Jesús” no es una presunción ni una exclusión: es una determinación muy determinada a que nuestros ojos se claven siempre en la Persona de Jesucristo. Esa es la línea medular de los Ejercicios espirituales que él fue viviendo y escribiendo en su día a día, y que expresan los pasos de su conversión y de su objetivo fundamental.
En los “Ejercicios”, Ignacio se centra en el conocimiento interno del Señor, que por mí se hace hombre, para que le ame y le siga. De ahí que el evangelio que la liturgia señala para esta solemnidad (en los templos de los jesuitas) sea la pregunta de Jesús: Y vosotros, ¿quién decís que soy Yo? Un jesuita se forma y modela en la fragua de los “Ejercicios” espirituales de San Ignacio. Y como en ellos se lleva un proceso de purificación, primero, y de conocimiento interno del Señor, como camino indispensable, irá pasando a la imitación…, a la identificación con la Persona de Jesucristo, incluida ya la Pasión, la muerte…, el sacrificio, la renuncia… “Quien quiera venir conmigo que se niegue a sí mismo, que tome su cruz cada día y me siga” “El Hijo del hombre va a padecer mucho, va a ser desechado por autoridades, ser ejecutado…”¸por ello, quien se decida a perder su vida –renuncias, dominio de sí, sacrificio…- la ganará, y quien pretenda ganar –disfrutar de la vida, vivir apoyado en su dinero, tener todos los goces…- la perderá. Porque ¿de qué le vale a uno tenerlo todo si se perjudica a sí mismo? [Expresión con la que Ignacio martilleó a Francisco Javier, hombre vanidoso por sus muchos méritos y sabiduría…, hasta que –en los “Ejercicios”- acabó por ponerlo todo al servicio de la causa de Jesús].
Quedaba una última palabra en la exposición que hizo Jesús de lo que sería su vida: al tercer día resucitará. Ahí se cerrarán los “Ejercicios”, mostrando a las claras que merece la pena todo lo anterior. Y que, al conocer internamente al Señor, se está abriendo ya esa puerta de triunfo: no somos discípulos de un fracasado sino de un SEÑOR triunfador del mal, del pecado, de las fuerzas del infierno. Nos identificamos con un CRISTO QUE VIVE y que llena toda la vida de una criatura.
Bien puede verse que todo esto no es exclusivo de los jesuitas, puesto que lo que se está poniendo por delante es el Evangelio, y el Evangelio está ahí para todo seguidor de Jesús, para todo fiel cristiano. San Ignacio le dio forma y caminos, desde el objetivo básico de amar a Dios y servirle, hasta la necesidad de ser honrados y no jugar con “las cosas” (cosas o personas) como caprichos de niño. Sino que hemos de ser muy dueños de saber avanzar con todo lo que nos va llevando a Dios, y saber dejar a un lado cuanto nos pudiera apartar o despistar de Él.
¿Cuál es el procedimiento? La 1ª lectura lo dice: la vida es una continua elección… Ante nosotros se abren constantemente dos frentes: el que nos hace personas, dueños, maduros…, y el que nos aniña ofreciendo las chuches de una vida facilona, placentera, de “niños pijas”…, “niños de papá” encaprichados y mimados. Somos libres para elegir. Pero saber elegir es lo propio de la persona racional y –más aún- creyente. Y el que elige bien, es bendecido: vive, crece, posee la vida que viene de Dios. ¡Ha encontrado el tesoro escondido! Quien elige su comodidad, “morirá sin remedio” [ha matado en sí la fuente de su felicidad]. Pues bien: los “Ejercicios” se dirigen a este punto de la ELECCIÓN para que quien ha conocido internamente al Señor y quiere llegar a la identificación con Él, elija de acuerdo con Jesucristo. Y así entra la persona en su proceso de discernimiento, para evitar los sutiles engaños que le ofrece “la vida”.
Una norma básica para no engañarse: la que San Pablo expresa en la 2ª lectura: lejos de mí el gloriarme, si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Por ella renuncio a las bagatelas del pobre mundo. Aunque es mundo –entonces- me considera a mí un desgraciado (un crucificado).
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AÑO 2015
Cuarto ejercicio: EL RESUMEN
Es un ejercicio poco conocido porque sólo se puede utilizar en el MES completo de Ejercicios. Presupone los tres ejercicios anteriores y hace nueva parada en el tema de ellos. Ahora estamos en el pecado y el “Resumen” viene a detenernos sobre las experiencias que hemos tenido en esos tres ejercicios. Dice expresamente el texto que ·resumir es que el entendimiento, sin divagar, va repasando asiduamente los recuerdos de las cosas contempladas en los ejercicios anteriores. Y se hacen los tres coloquios”. Se trata, pues, no de meditar sino de ir asentando lo que ya está meditado.
No es extraño que el ejercitante deseara dejar pronto atrás estos temas. Que para alguno puede ser una pesadilla estar pensando en su pecado. Y sin embargo San Ignacio nos dice que hay que tener la madurez de detenerse ahí, y dar oportunidad a adentrarse más y más en esos recovecos profundos del alma en los que se albergan esas “sabandijas” de Santa Teresa, y que es un cúmulo de detalles enmarañados que no llegaremos a corregir mientras no se deshaga esa madeja. La parada que nos pide San Ignacio no es una parada masoquista para darnos golpes de pecho sino el descubrimiento de algún nuevo pecado (nuevo porque no se había descubierto, pero estaba ahí), y que debe constituir un verdadero gozo porque en la medida en que el pus aflora es como se puede desinfectar. San Ignacio llega a escribir que del pecador rezuma un pus asqueroso… Pero ahora, detenidos sobre la infección, podremos aplicarle el “antibiótico”. Antes, cuando no estaba descubierto, no se le podía curar.
Por eso el RESUMEN es una gracia de Dios. Y advierto que San Ignacio ya plantea en el frontispicio de los Ejercicios que hay ejercitantes IDÓNEOS, que son capaces de adentrarse en esta plena experiencia; y que los hay NO IDÓNEOS para los que aconseja que se les den unas breves meditaciones “de alivio” y se les despida, porque no valen para una experiencia como ésta de unos Ejercicios serios.
El Examen de la oración
A todo esto hay un tema profundamente ignaciano y que es indispensable para que la oración tenga un efecto práctico: es el EXAMEN DE LA ORACIÓN.
¿Cuántas veces hemos hecho oración? ¿Cuántas veces nos hemos hecho conscientes de lo que hemos tenido en la oración?
San Ignacio no quiere que la oración se quede en mero ejercicio mental. Y con ser parco en sus concreciones prácticas (prefiere dejar abiertos los temas para no encerrar nunca al alma), al hablar del Examen de la Oración le señala expresamente 15 minutos. Porque no se trata de saber si se hizo bien o se hizo mal (que también es importante para corregir para la vez siguiente), sino que hay que recopilar los frutos de la oración. Como el labrador que siembra, riega, cultiva, siega y almacena, el ejercitante ha hecho su oración y ha trabajado por espacio de una hora. Le toca recoger, medir, pesar, almacenar. Y eso es lo que debe hacer en el examen de la oración:
-¿Qué me toco el alma? ¿Qué momentos más vivos? ¿Dónde experimenté más la mano de Dios? ¿Hacia dónde me inclinaron?
-¿Dónde estuve más seco, más displicente, más deseoso de acabar? ¿Quizás me sentí alejado de Dios? ¿Qué sentimientos negativos se me han producido?
Todo esto es lo que recoge este examen. De todo eso es de lo que hay que hablar con el que acompaña los Ejercicios, porque es esencial en ejercicios ignacianos el contacto con el que da los ejercicios o acompaña en ellos para que ayude a apoyar todo lo que va en buena dirección, o a descubrir posibles desviaciones y engaños. Es lo que va llevando a un discernimiento para hallar el camino de Dios.
Como cosa mía personal (que no dice expresamente San Ignacio, aunque puede intuirse), el ejercitante aprovechará con ir tomando notas de estos movimientos de su alma. De otra manera se volatilizan.
Y porque habrá un momento de ejercicios en que le va a hacer falta tener recopilado todo este fruto.