domingo, 4 de abril de 2021

DOMINGO DE RESURRECCIÓN

 Liturgia: DOMINGO DE RESURRECCIÓN

                      Llegamos al día más grande del año cristiano, que es la celebración de la Resurrección de Jesucristo, que es donde se fundamenta nuestra fe y la razón de ser de nuestra vida creyente. Si Cristo no hubiera resucitado, no tendría razón de ser creer y seguir a un crucificado que es vencido en el patíbulo de la cruz. Ahí se hubiera acabado toda su historia. Pasaría a la posteridad como un hombre bueno que hizo el bien pero cuya influencia no llegaría más allá que el recuerdo.
          Pero al salir vencedor de esa muerte y de ese suplicio infamante y haber resucitado y demostrado que vive y que su vida sigue siendo una realidad, nos da pie para saber que nosotros no somos unos ilusos, sino seguidores y creyentes en un Dios vivo al que la muerte y las pasiones humanas no le han podido apartar de la historia de la humanidad.
          San Pedro, en la 1ª lectura (Hechos 10,37-43) nos lo expresa con toda contundencia: Somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de un madero, pero Dios lo resucitó al tercer día, y nos lo hizo ver a los testigos que él había designado: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección.
          Y ese Jesús, vivo tras su muerte, nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de vivos y de muertos.

          De ahí el SALMO que hoy rezamos como un apoyo a la alegría por la resurrección de Jesús, con ese estribillo que repetimos: éste es el día en que actuó el Señor; sea nuestra alegría y nuestro gozo.

          La 2ª lectura –Col.3,1-4– saca las consecuencias en nosotros  de esa resurrección de Cristo: Tenemos que buscar las cosas de arriba, no las de la tierra. Tenemos que proceder como personas que no nos dirigimos por las atracciones humanas y los goces humanos, sino que miramos al cielo y nos ponemos ante los ojos el propio ejemplo de la vida de Jesús, para actuar desde ese otro planteamiento de lo que agrada a Dios.
          Y la razón que nos aduce San Pablo es que nuestra atracción humana y nuestro deseo de goces mundanos HA MUERTO en nosotros cuando vemos a Cristo muerto, mientras que surge en nosotros una nueva visión de la vida y de nosotros ante la vida, que ya da un nuevo modo de ser, que da gloria a Dios

          Finalmente el evangelio (Jn.20,1-9) nos aporta –según San Juan- el primer testimonio de que Jesús, el que fue sepultado en la tarde del Viernes Santo, no está ya en el sepulcro en la mañana del domingo: al tercer día de su muerte. Testigos de ello son Simón Pedro y ese “discípulo amado” (que la tradición identifica con el propio Juan evangelista, pero que es algo más que un personaje concreto). Llegan al sepulcro los primeros y observan que los lienzos o vendas con que fue amortajado Jesús, están allí en el sepulcro, lo mismo que el pañolón que envolvió su cabeza. Todo está de modo que lo único que suscita es la idea de que el cuerpo que envolvieron se ha esfumado. Y aquello le hace creer al “discípulo amado”, que tiene en ese momento la seguridad de que se ha cumplido lo que Jesús tantas veces había anunciado: que resucitaría al tercer día. VIO Y CREYÓ, son los dos verbos con que se concluye el relato.
          Ese “discípulo amado” expresa la experiencia de la primitiva comunidad cristiana, que es la que tiene la primera seguridad de que Jesús ha resucitado, porque los efectos de la fe en él producen en esa comunidad unas formas de vida absolutamente diversas a las que traían de antemano. Es una comunidad renovada, y esa renovación ha surgido como consecuencia de la fe en Cristo, y de empezar a vivir al modo con que vivió Cristo. Que eso es SER CRISTIANO.

          Todo ello queda intensamente revivido y celebrado en la EUCARISTÍA de aquella comunidad y en toda Eucaristía que celebramos a través de la historia, que se prolonga a través de los siglos y da sentido a toda la fe del cristiano y, por consiguiente, a toda la vida de la Iglesia, que se sustenta sobre ese hecho primordial de la celebración del MISTERIO PASCUAL, el paso desde la muerte a  la resurrección de Jesucristo.

sábado, 3 de abril de 2021

SÁBADO SANTO

 Liturgia:          El pésame a la Virgen

            Lo que para nosotros es –en realidad- “Sábado Santo” es un día de luto en la Iglesia. En todo el día no hay culto. Incluso los templos permanecen cerrados.  La muerte de Jesús se ha vivido intensamente el Viernes Santo.  Después podríamos decir que estamos retirados en el Cenáculo, en el silencio doloroso de la muerte del ser querido.  No hay velatorio porque no hubo tiempo para poder velar el cadáver de Jesús.  Y como el sábado era día grande de los judíos y ellos estaban de fiesta mayor y en reposo sabático absoluto, no cabía otra cosa a los amigos de Jesús que permanecer en esa espera.  La vida litúrgica también queda así paralizada desde la tarde del Viernes, y durante todo el sábado.

          He tenido la bonita experiencia de un pueblo en el que sus fieles se congregaban el sábado en la Iglesia para dar el pésame a la Virgen. Algo así podría haber sucedido en el Cenáculo, una vez pasada la noche aquella, tan dura, tras la sepultura de Jesús.  Por la mañana es María quien sale a la Sala donde están todos.  Y respetuosamente se acercan a Ella aquellos amigos de Jesús, para darle el pésame, unirse a su dolor, apoyarla. También ellos son directamente afectados y, si cabe, se podría decir que están mucho más afectados. No porque puedan sentir un dolor más fuerte que el de la Madre, sino porque les falta a ellos la longitud de mirada que le da a María su fe, su meter todo en su corazón, su abandono absoluto en el misterio de Dios…  Es que ellos ahora mismo no ven más allá.  Ellos viven una experiencia de vacío y de fracaso absoluto. Han seguido a un líder que creyeron invencible, y ahora están completamente en el aire.  O, mejor dicho, por los suelos. No saben ahora qué serán sus vidas, ni para qué vivieron aquellos años en el seguimiento del Maestro, que en definitiva ha sido ajusticiado por las fuerzas religiosas y por las civiles.  Los de Emaús son los que expresan al vivo el sentimiento que les embarga: Nosotros esperábamos…  ¡Ya no esperan!  Se les ha hundido la vida.  Por eso digo que dan el pésame a María, pero ellos se consideran muy desgraciados.
De una parte es el propio dolor de la Madre. Ella vive en su Corazón la ausencia del Hijo de sus entrañas, que ha quedado allí arriba en el sepulcro. Ella ahora rumia todo lo que ha sufrido Jesús en las últimas horas. Ella, a la prudente distancia, le ha seguido los pasos, y ha podido vivir en sus entretelas del alma, cada dolor, cada tormento, cada expresión del rostro del Hijo…  Cada expresión de aquellos que intervinieron en ese trance.  Ella ha ido sintiendo entrarle el puñal en su propia alma, hasta clavársele hasta la empuñadura.  Ella ha dejado a su Hijo cadáver, puesto en un sepulcro de modo precipitado porque no hubo tiempo ni para los últimos detalles que se dedican a cualquier cadáver.
Acompañar hoy a María me es una obligación filial…, un encargo que he recibido de Jesús, allí al pie de su Cruz.  Mi compañía no puede tener palabras, que me resultarían ridículas. Sólo compañía.  Sólo estar allí. Sólo acoger si algo me quiere Ella expresar.  Y no puedo negar, que mi luto personal necesita también de Ella, y que sé que Ella tomó muy en serio el encargo de Jesús en la Cruz.
El mundo interior de María es un pozo sin fondo.  María pasó su vida con mil lagunas que no pudo entender, pero que supo ir guardando en su Corazón.  Y si muchas veces rumió tantos y tantos aspectos vividos misteriosamente en su vida, hoy –en ese silencio doloroso de su orfandad- parecen irse regurgitando y aclarando…
Aquellos misterios lejanos desde el momento del anuncio del ángel…, a aquel Belén inexplicable… Aquellos años silenciosos de Nazaret en los que parecía como esfumarse todo sentido especial de su Hijo allí escondido en una vida como cualquiera de la aldea. El extraño gesto del hijo de 12 años, que bien les dio a entender que ese Hijo no les pertenecía…, aunque aquello fuera un fogonazo suelto en medio de tantos años. O aquella despedida costosa cuando su Hijo sintió el impulso que le movía.
          Todo eso estuvo en los sentimientos de María aquel sábado. Acogía el pésame para Ella, pero abría resquicios para los pobres discípulos y amigos, allí todos encerrados, por el mismo miedo de que su amistad y seguimiento de Jesús, se pudiera traducir en la propia ruina personal de cada uno.  La obra de María es dejarles esa rendija a la espera…, a la esperanza…, a que tengan todavía la capacidad de aceptar y sobrellevar esa terrible duda que les embarga…  Porque aún el alma está desolada, pero Dios sigue mirando desde el Cielo, y no dejará caer sin su permiso un solo cabello de sus cabezas.

viernes, 2 de abril de 2021

VIERNES SANTO

 Liturgia: EN TUS MANOS ME ENTREGO


          Cuando todo está acabado, completo, perfecto, cuando –aun en medio de esa tortura de la muerte inminente- puede tener constatado que ha hecho cuanto debía de hacer, según los misteriosos proyectos de Dios-, Jesús se sabe ya en la última hora.  Pero nadie me quita la vida, sino que Yo la doy. Y en plena conciencia de ello, toma su vida en sus manos (por decirlo así) y lo deposita en las del Padre: En tus manos pongo mi espíritu. Todavía no es la muerte.  Ahora, da un grito tan fuerte, impropio e imposible en un crucificado, que queda admirado el centurión que estaba al frente de aquella patrulla de vigilancia (y tan acostumbrado a ver morir crucificados, con casi leves suspiros, sin poder sacar ya fuerzas de sus pechos). E inclinó la cabeza, como gesto previo del que se va a echar a dormir cuando “ha llegado SU HORA”, y expiró.  Dueño total de la vida y de la muerte.  El centurión, pasmado, exclama:  Verdaderamente este hombre era HIJO DE DIOS.  Había abierto San Marcos su Evangelio diciendo: “Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios”.  Concluye ahora el centurión romano afirmando que “verdaderamente era Hijo de Dios”.
          Y por si fuera a quedar duda, la naturaleza entera se conmueve ante la muerte de su Creador. El sol de mediodía se eclipsa totalmente y suceden las tinieblas; un terremoto hace chocar las piedras y abre los sepulcros. Los muertos salen deambulando por Jerusalén.  Y las gentes se aterrorizan y echan a correr en aquella oscuridad hacia la ciudad dándose golpes de pecho. Si el demonio había dejado a Jesús “para otra ocasión” pensando entonces vencerlo, y se había creído vencedor en la muerte de su adversario Jesús, ahora también ha perdido la partida.  La estampida de aquellas turbas que se habían mofado de Jesús, es la confesión más clara de que –por decirlo así- “el Hijo de Dios ha bajado de la Cruz”, porque realmente ese Hombre, Jesús, ha aplastado la cabeza de la serpiente, y las lenguas viperinas y blasfemas que se valieron del anonimato de la masa para retar al propio Dios, tiene que golpearse el pecho en actitud de arrepentimiento estremecido.
          Todavía hay una señal más fuerte que todas éstas. El velo del Templo se rasgó por medio. ¡Aquello tocaba de lleno en los jefes religiosos que promovieron la injusticia! Ellos, los defensores” del Dios Yawhé, a quien guardaban celosamente en sus símbolos más sagrados contenidos en el Arca, en el Santuario, oculto a las miradas profanas con aquel velo, ven rasgarse su Presencia sublime, como el Dios mismo que rasga el misterio porque ahora se ha hecho patente y tangible en la persona de aquel Crucificado que ellos han despreciado y han pretendido quitar de en medio.  Lo que ahora ha quedado superado ha sido el período de la Alianza Antigua, y Jesús ha inaugurado una nueva y ya eterna Alianza de Dios con la humanidad, en la persona de Jesús, Hijo de Dios. El “velo” que era Jesús-Hombre ha quedado desvelado y Dios ha quedado al descubierto en JESÚS. Se aterrorizarán los demonios y los que le hicieron de diablos humanos. Descansará Jesús en los brazos de su Padre. Y María –con el grupo de incondicionales-, abrazada ahora a los pies de ese hijo muerto, dejando correr sus lágrimas serenas por sus mejillas, también entran en ese regazo de serena paz que da el final de unos tormentos tan terribles de la persona querida. Ni huyen ni se asustan, ni se sorprenden. Allí están contemplando la gloria de Dios.
          Los malhechores crucificados también guardan imponente silencio. Hasta el que había atacado con sus palabras. Ahora está callado. Mirando en todas direcciones como quien está viendo lo que nunca pudo sospechar. El otro sabe ahora que es hoy mismo cuando volverá a encontrarse con ese “Rey de los judíos” que está desplomado en la cruz de al lado, pero que tiene un Reino diferente.  Los soldados, pasmados.  Sin atreverse a moverse de donde están. El centurión, anonadado.  El silencio, que sólo rompe el jadear agónico de los otros crucificados, y quizás los sollozos más expresivos de María Magdalena, es la adoración del mundo hacia aquel JESÚS NAZARENO, QUE VERDADERAMENTE ERA EL HIJO DE DIOS.

jueves, 1 de abril de 2021

JUEVES SANTO: LA INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTÍA


Liturgia: LA INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTÍA

          La institución de la Eucaristía, con su doble vertiente de dar vida eterna a quien come su cuerpo y bebe su sangre (aquel anuncio que escandalizó otrora a discípulos suyos), y anunciar su muerte: vivirla de antemano en forma misteriosa incruenta, y al mismo tiempo absolutamente real. Un verdadero misterio que constituía el momento definitivo de la anunciada (desde antiguo) NUEVA Y ETERNA ALIANZA, nuevo testamento, pacto ya irrompible del amor de Dios a la humanidad, a la que Dios podrá mirar ya rescatada del fango en que la había sumido el pecado.
          Jesús tomó pan de la mesa. Dio gracias a Dios, y extendió sus manos sobre ese pan, en signo de bendición, y se lo dio a sus discípulos diciendo: TOMAD Y COMED: ESTO ES MI CUERPO QUE SE ENTREGA.  Y bien era conocido el sentido de ese vocablo: entregar a la muerte  Y los apóstoles fueron pasando aquel “pan”… También hizo Jesús lo mismo con una copa de vino. Y les dijo:   TOMAD Y BEBED TODOS DE ÉL, PORQUE ÉSTE ES EL CÁLIZ DE LA NUEVA ALIANZA EN MI SANGRE, QUE SE DERRAMA POR VOSOTROS Y POR EL MUNDO ENTERO, PARA EL PERDÓN DE LOS PECADOS.  Y otra vez aquellos hombres, envueltos en un ambiente de misterio, bebieron de la copa.
          Mi pregunta siempre es: ¿qué estaban entendiendo aquellos hombres?  ¿Hasta dónde podía llegar su “conocimiento espiritual” para hacerse cargo de lo que acababan de hacer?  Mucho dudo de que fueran conscientes de ser testigos al vivo de la acción salvadora de Jesús, de asistir a su muerte, de pensar que en aquel momento Jesús había entrado dentro de ellos.  Pienso que tendrían que recibir el Espíritu Santo de Pentecostés para entender la sublimidad de lo había ocurrido.  Y no sólo que “había ocurrido” sino que Jesús acabó aquel momento tan especial con una nueva palabra no menos maravillosa: CUANTAS VECES HAGÁIS ESTO EN MI NOMBRE, ANUNCIÁIS MI MUERTE HASTA QUE VUELVA  Porque Pentecostés les reveló que aquella acción que habían vivido, era una acción actual, permanente, que se trasmitía y se prolongaba –se revivía- cada vez que ellos repitieran aquel mismo gesto y palabras de Jesús.
          Para nosotros todo esto  es ya algo “casi natural”. Y también necesitamos Espíritu Santo para concienciar la inexplicable realidad a la que asistimos y en la que participamos los católicos en cada “Misa”.  Aunque les llevamos de ventaja a aquellos hombres toscos de la Santa Cena, toda la fe de la Iglesia, ¡la maravilla de la fe que hemos recibido!, y con ella la capacidad para asentir sin dudar que la Palabra del Señor ha transformado el sentir y pensar de nuestra mera capacidad “intelectual” humana.  Tenemos el llamado “sentido de la fe”, que nos hace “fácil” lo más difícil, cuando se desenvuelve bajo el manto del poder de Dios y de la acción en nosotros de Jesús a través de su Espíritu Santo.  En definitiva, de la Iglesia.
¿Cuál era el sentir íntimo, profundo del propio Jesús? Jesús estaba entrando en las entrañas del alma de cada uno. Jesús estaba viendo un horizonte de siglos, entrando en corazones del mundo entero. Y -personalizando- Jesús vio mi momento concreto en que yo acepto su entrada en mí. La pregunta es obligada: ¿Qué ve? ¿Qué efectos descubre de esa su divina "medicina", su Presencia en nuestra alma, que no es un caramelo para endulzarse un rato...?
Vio su llegada sacramental a aquellas primeras comunidades de cristianos ardientes por vivir la vida de su Maestro y Señor, que fueron sus Testigos que hacían exclamar a los paganos: "Mirad cómo se aman". Era el distintivo. Era el testimonio. Nadie tenía nada como propio, sino que quien tenía, ponía lo suyo a disposición de quien no tenía. Había una emulación por contender quién podía ser más "doble" de Cristo Jesús, más hostia que se inmola dándose y compartiendo. Un solo corazón, una sola alma, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos.
Vio aquella certera advertencia de Pablo al grupo corintio que se reunía para la Eucaristía, en dos grupos diferenciados: pobres necesitados, y "cristianos" satisfechos de sí. Y Pablo ratificó que "eso no es Eucaristía", no es la Cena del Señor. Él está ya ausente, por mucho que externamente parezca que "celebran". Es un pan vacío, huero. La levadura del amor efectivo es ingrediente esencial del Sacramento
Sigue viendo nuestras Eucaristías. Grandes momentos de su acción santificadora. Penosos momentos de comuniones aparentes en que parece recibirse a Jesús, mientras se albergan recelos y odios y negativas a perdón..., y se sale con el juicio negativo, la crítica e incluso envenenamientos del alma por algún motivo personal... ¿Qué panorama vio Jesús desde aquel Cenáculo, cuando miró hacia los otros cenáculos de la historia?