sábado, 2 de mayo de 2020

SU ÚLTIMA REFLEXIÓN EN EL BLOG. 26-3-2020.

 Dios se muestra ofendido y disgustado con su pueblo (Ex.12,7-14) porque se han desviado del camino que él les había trazado. Y hablando con Moisés, le dice que baje del monte porque el pueblo se ha pervertido y se ha hecho un toro de metal al que adora como su Dios. No es que el pueblo sustituyera a Dios por un becerro de metal, sino que Dios expresamente les había dicho que no se hicieran representaciones de Dios. Por eso ahora Dios se encuentra muy contrariado, hasta el punto que le dice a Moisés: Veo que es un pueblo de cerviz dura. Por  eso, déjame: mi ira se va a encender contra ellos hasta consumirlos. Es muy bello el modo de tratar Dios con Moisés, porque es que Dios le está pidiendo a su confidente que lo deje actuar contra el pueblo.
          Y Moisés no lo deja. Dialoga y razona con Dios como podía hacerlo con un igual: ¿Por qué, Señor, se va a encender tu ira contra este pueblo, que tú sacaste de Egipto con gran poder y mano robusta? Y le pone a Dios por delante que ese castigo sería quedar mal ante los mismos egipcios, que tendrían que decir: Con mala intención y para destruirlos los sacó de Egipto para hacerlos morir en las montañas. Aleja el incendio de tu ira, arrepiéntete de la amenaza contra tu pueblo. Y pone por delante una razón de mucho peso: Acuérdate de Abrahán, Isaac, a quienes prometiste y juraste por ti mismo, diciendo: “Multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo o como la arena de las playas marinas, y toda esta tierra se le daré para que la posea para siempre. Y Dios ha escuchado toda esa relación que le ha hecho Moisés, Dios es sensible a aquel razonamiento y el Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo.
          Todo esto es de una belleza singular y nos enseña una manera de tratar con Dios, con plena confianza y razonándole. Dios amenaza en diversas ocasiones a través de la Biblia pero son amenazas pedagógicas alejadas de querer llevarlas adelante, porque lo que Dios quiere no es la muerte del pecador sino que se convierta y que viva. Lo que corresponde a que nosotros nos acerquemos a Dios con esa humildad y sencillez al presentarle nuestras peticiones. Estamos ante un momento histórico en el que parecería que se ha levantado la ira de Dios, que viene con afán destructor ante una población indefensa. Cabe hablar con Dios con una oración semejante a de Moisés, presentándole el número de víctimas que están perdiendo la vida. Y el otro número almas espirituales que está sufriendo las consecuencias del cierre prudencial de los templos, que les deja privados dolorosamente de participar en la Eucaristía.
          Que la oración que podemos dirigir al Señor, tenga toda la ternura y paciencia de Moisés, y toda la caridad de mirar por el dolor ajeno.

          El evangelio se presta poco a una explicación porque está tomado en el evangelio de San Juan. Lo dejo tal cual y que el lector barrunte lo que Jesús ha querido  dejarnos como verdadero testamento de su pensamiento: Juan 5, 31-47. En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: «Si yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es verdadero. Hay otro que da testimonio de mí, y sé que es verdadero el testimonio que da de mí.
          Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y él ha dado testimonio en favor de la verdad. No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para que vosotros os salvéis. Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y vosotros quisisteis gozar un instante de su luz. Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido llevar a cabo, esas obras que hago dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado. Y el Padre que me envió, él mismo ha dado testimonio de mí. Nunca habéis escuchado su voz, ni visto su rostro, y su palabra no habita en vosotros, porque al que él envió no le creéis. Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna; pues ellas están dando testimonio de mí, ¡y no queréis venir a mí para tener vida! No recibo gloria de los hombres; además, os conozco y sé que el amor de Dios no está en vosotros.
          Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibisteis; si otro viene en nombre propio, a ése si lo recibiréis. ¿Cómo podréis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene del único Dios? No penséis que yo os voy a acusar ante el Padre, hay uno que os acusa: Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza. Si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él. Pero, si no creéis en sus escritos, ¿cómo vais a creer en mis palabras?».

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