domingo, 24 de mayo de 2020

DOMINGO DE LA ASCENSIÓN (CICLO A)

HE AQUÍ LO QUE ESCRIBIÓ EN SU BLOG.
La última vez que el padre Cantero celebró el domingo de la Ascensión (ciclo A), que corresponde al mismo que este año 2020, fue en 2017.

La 1ª lectura es la más significativa en esta fiesta de la Ascensión. San Lucas nos ha narrado la secuencia completa de los últimos momentos de Jesús en la tierra. Una vez que comían juntos les recomendó: No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre…: seréis bautizados en Espíritu Santo. Hech 1,1-11.
          Los apóstoles le rodean y preguntan  si es ahora cuando va a restaurar el reino de Israel, que era la obsesión que ellos concibieron siempre, pensando en el fin de la dominación romana y el comienzo de un Israel libre y llevado de la mano de Dios. Jesús les responde que no les toca a ellos saber esas circunstancias; que cuando venga el Espíritu Santo recibirán fuerza para ser testigos de Jesús en todo el mundo.

 Y allí debió quedar aquello, y Jesús los citó para que ellos y los discípulos estuvieran en el Monte de los Olivos en un determinado momento. Allí se reunieron ellos, junto a la Virgen Santísima, y allí apareció Jesús en medio de ellos. Se despidió de ellos, les tuvo palabras muy personales y consoladoras, y en un determinado momento alzó sus brazos en movimiento ascendente y comenzó a elevarse… Una oportuna nube se interpuso de modo que no pudieron verlo más, y de la nube surgió la figura de dos hombres vestidos de blanco, que les hicieron recapacitar: no hay que seguir mirando al cielo. Ahora hay que volver los ojos a la tierra, porque ahí está ahora la nueva presencia de Jesús, del mismo Jesús que volverá como le habéis visto marcharse.

 La 2ª lectura (Ef 1,17-23) nos lleva hasta el triunfo de Cristo en el Cielo, donde se dice que resucitado de entre los muertos, está sentado a la derecha de Dios en el cielo, por encima de toda criatura, no sólo de lo conocido de este mundo sino que todo lo puso a sus pies. Eso, sí, sin desligarse de la tierra en donde queda en la Iglesia como Cabeza. Ella es su cuerpo.

 Y el evangelio, tomado de San Mateo (28, 16.20), como corresponde a este Ciclo A en el que estamos, nos lo pone ya en los efectos que esta presencia de Jesús tienen que darse entre nosotros, aquí abajo, donde vivimos. Por lo pronto, Jesús afirma: Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra, de modo que la ascensión no ha sido un despegarse Jesús de nuestro mundo. Todo lo contrario: elevándose desde Jerusalén hacia el Cielo, lo que ha hecho es acercarse a toda la humanidad, que lo tenemos ya igualmente cercano, vivamos donde vivamos.
          Y lo que Jesús presente quiere ahora es que con ese poder que él ha recibido y que nos lo pone en las manos, nosotros vayamos al mundo entero, bautizando en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo…, consagrando a los hombres al amor de Dios, y enseñándoles a guardar todo lo que ha mandado. Su presencia actual entre nosotros es una presencia misionera, para que no dejemos de posibilitar a las gentes a continuar en la tierra la presencia de Jesús. Aquella palabra de la 1ª lectura: el mismo Jesús que habéis visto subir, así bajará, se cumple en esta realidad de los creyentes bautizados que son la presencia actual de Jesucristo en la vida de este mundo. Por eso, sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.

Realidad que se hace presente en la EUCARISTÍA, que se viene celebrando más de 20 siglos en la Iglesia, y donde tenemos la dicha de encontrarnos con Jesús cada día, y así lo será hasta el fin de los tiempos. Y que, como cae de su  peso, debe convertirse en presencia activa y real en cada uno de nosotros hasta hacer real esa pertenencia nuestra adquirida en el Bautismo, que nos consagra y dedica a Dios de por vida.
          La resistencia que estamos comprobando en muchas familias que no bautizan a sus hijos, nos está poniendo delante la inconsistencia de personalidad de estos momentos históricos, en los que el compromiso formal de la vida está por los suelos, y sólo se pretende gozar del momento presente sin mirar más hacia adelante y a lo que supone tomar postura personal ante la vida. Vivimos una era en la que la palabra de Jesús; estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo, lejos de crear atracción, provoca aversión, porque se tiene un miedo cerval a todo lo que es duradero y perenne. Para nosotros, los creyentes, es la inmensa satisfacción de saber que Jesucristo siempre nos acompañará y que su presencia es salvadora.

ANTERIORMENTE, EL CICLO A, FUE EN 2014, Y EL PADRE CANTERO ESCRIBIÓ ESTO:

nos llega hoy la FIESTA DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR, la guinda del triunfo de Jesucristo.
             Vamos a seguir la liturgia, o pedagogía litúrgica de este día del Ciclo A. Por tanto, con el evangelio de San Mateo:28, 16-20. San Mateo no habla de la ascensión. Nos habla de un monte al que habían sido convocados por Jesús. Como es final de evangelio y las palabras son de despedida, la liturgia lo sitúa como el momento que hoy tiene su encaje. Cuando Jesús se presenta allí (que todavía hay quien duda, según esta narración), Jesús empieza por una donación especial: el poder suyo, el recibido del Padre, Él lo trasmite a sus apóstolesSe me ha dado pleno poder… Pues ID AL MUNDO. Un “ID” imperativo; una vocación misionera. [Ese “ID” es el mismo del final de la celebración de la Misa. “Misa!= misión, envío. Y aunque se haya desvirtuado su sentido con el tímido “podéis ir en paz”, en realidad es el mismo mandato de Jesús a salir a la calle , con el pleno poder de Jesús, y llevar ansia misionera contagiosa].
             ID, haced discípulos…: contagiad por donde vayáis, hacer notar vuestra fuerza [dar razón de vuestra esperanza, que decíamos el domingo pasado], y bautizad, enseñando… Va todo concatenado. “Hacer discípulos” es contagiar vuestra fe, es animar a la paz y atractivo de la figura de Jesús… Es “bautizar”…: consagrar para Dios, y primordialmente para Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo). Consagrar es una dedicación comprometida y exclusiva; una pertenencia. Cuando se falla a esa “consagración” se produce una profanación: de tener una vida puesta en las manos de Dios, a arrebatarle a Dios el don que le ofrecimos y darlo a otros…
             Por eso Jesús une el “bautizar” al enseñar. Es absurdo buscar que los niños estén bautizados si no hay una mínima garantía de enseñanza en la fe que se le ha donado. Y nosotros, ya adultos, no podemos permanecer en “la fe del carbonero”, sino que tenemos verdadera obligación moral de seguirnos formando, en medio de un mundo hostil, que puede rozarnos –y no poco- nuestros principio cristianos.
             Para poder vivir todo eso, tenemos un aval de Jesucristo: sabed que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo. Lo cual engarza ya con la 1ª lectura, que es la narración de San Lucas en su segundo libro de Hechos de los Apóstoles: 1, 1-11. Ahí se nos habla expresamente de la ascensión de Jesús: comenzó a levarse…, inició un movimiento significativo hacia las alturas. Los discípulos se quedaron mirando embobados aquella marcha de Jesús. Pero pronto se interpone la nube que les quita la visión de lo innecesario. ¡Ya hemos visto que Jesús cierra su triunfo con la subida al Cielo! Pero Él ha dicho que estará con nosotros hasta el fin del mundo, y ahora se hacen presentes aquellos varones que se dirigen a los apóstoles y les dicen: ¿Qué hacéis ahí plantados mirando al Cielo?  El mismo Jesús que habéis visto subir, bajará. Propiamente hay que decir: Ya ha bajadoEstá con vosotros hasta el fin del mundo. Volved, pues, los ojos a la tierra y descubrid ahí la presencia de Jesús vivo. Ahí es donde tenéis que vivir el mandato de IR AL MUNDO, HACER DISCÍPULOS, BAUTIZAR Y ENSEÑAR.
             ¿Qué hemos de enseñar? La 2ª lectura –Ef 1, 17-23- nos va apuntando líneas maestras: Dios, el Padre de Jesucristo os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Primera enseñanza: el buscar meterse en la Palabra de Dios, que nos conduzca al conocimiento de la revelación de Dios. Dios ya ha revelado; Dios ya pone a nuestro alcance del don de la sabiduría espiritual. Ahora nos queda que BUSCAR NOSOTROS los medios para aprender, meditar, conocer mejor le fe que creemos. Ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis la esperanza a la que os llama… “Ojos del corazón”, “corazón para comprender”, “comprender la esperanza”… Parecen términos contradictorios. El corazón siente más que ve… Y sin embargo hay que ver con la profundidad del corazón, que así comprende (y no intelectualmente, sino con la fuerza del alma) esa fe que nos hace vivir en esperanza, aun en medio de tribulaciones, dificultades, oposiciones…
             Con el poder del Cielo, con la misión y mandato del Señor a vivir consagrados y contagiando a otros, Jesús se hace presente todos los días hasta el fin del mundo. Pero todo eso requiere una vida del corazón que se implica de verdad en la fe y esperanza a la que somos llamados, con la riqueza de gloria que nos da en herencia, y la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo resucitado, y SENTADO A LA DERECHA DE DIOS EN EL CIELO.
             El resto se nos queda aquí en la Eucaristía, como remate y llamada y MANDATO concreto. Hay que ponerse en movimiento. HAY QUE IR…





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