jueves, 24 de septiembre de 2020

SAN MATEO


 Celebramos la fiesta de San Mateo, apóstol y evangelista. A él se le aplica el texto de la carta a los Efesios que vamos a comentar: 4,1-7.11-13. En ese texto la liturgia encuentra un modo de expresar el valor del apostolado, a cuya realidad fue elegido Mateo doblemente por Cristo. Primero, la llamada, que comentaremos en el evangelio. Después la elección para apóstol.

          Os pido que andéis como pide la vocación a la que habéis sido llamados. Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos; sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos por mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Punto de arranque para expresar la realidad del discípulo de Jesús. Para cualquier discípulo. Y por tanto un tema de examen muy práctico para nosotros para calibrar nuestra actitud ante la vida cristiana, y hasta materia útil para nuestro examen de conciencia en orden a las confesiones.
          Y continúa el texto de Pablo: Un solo cuerpo y un solo espíritu, como una sola es la meta de la esperanza en la vocación a la que habéis sido convocados: Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios,  Padre de todo, que lo trasciende todo y lo penetra todo y lo invade todo. He ahí el punto a que somos llamados y en el que tenemos que vivir. Exigencia de unidad entre los diferentes miembros de la Iglesia e hijos de Dios. Y nueva materia de análisis interior porque en esa actitud de unidad hemos de desenvolver nuestra vida sin que se de el tuyo y el mío, y esos recelos que son tan fáciles entre unos grupos cristianos y otros. Hemos de tener la alegría de que haya otros hermanos nuestros que han encontrado su camino de vida cristiana, que no camina “contra el mío” sino todos a favor de la gloria de Dios.
          Porque a cada uno de nosotros se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo. Cristo ha constituido a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y doctores, para el perfeccionamiento de los fieles, en función de su ministerio y para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al Hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud. En efecto: Cristo es el Hombre completo, perfecto. Hay mil caminos en la Iglesia para intentar llevar a cabo la perfección del Cristo total. Y como eso es una labor imposible en una sola persona o en un solo modo de imitar a Jesucristo, hay mil formas de ir acercándose a esa estatura del Hombre perfecto. De ahí la variedad de carismas que se dan en el seno de la Iglesia en familias religiosas y en movimientos cristianos.

          En el evangelio, tenemos la descripción del propio Mateo sobre su encuentro con Jesús: 9,9-13. Vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos. Debía recordar Mateo con verdadera emoción aquel encuentro, máxime cuando su oficio era tan vituperado por el pueblo y sobre todo por los fariseos. Ahora Jesús se detenía frente a él y contaba con él: Jesús le dijo: “Sígueme”. Debió mirar Mateo a derecha e izquierda para ver a quién se dirigía el Maestro, y sintió la emoción de comprobar que era a él.
          Por eso, Mateo no lo pensó dos veces, y se levantó y lo siguió. Sabía él que se lanzaba a una aventura desconocida, pero aquella palabra personal del Maestro le era suficiente para abandonarse en su seguimiento.
          Mateo estaba agradecido a Jesús. Pero tenía también sus otros compañeros de trabajo. Y optó por una comida de despedida, en la que invitaba de una parte a Jesús y sus discípulos, y de otra parte a los publicanos. Y Jesús aceptó de buen grado.
          No fue bien visto por los fariseos, que se presentaron allí para meter cizaña entre los discípulos, con una pregunta maliciosa: ¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores? No tuvieron que responder los discípulos porque se adelantó el propio Jesús a responder: No tienen necesidad de médico los sanos sino los enfermos. Hubiera bastado aquella respuesta para hacer caer en la cuenta de que él acudía donde había una necesidad y una buena fe.
          Pero completó la respuesta con una invitación a la reflexión personal: Andad, aprended, lo que significa: “misericordia quiero y no sacrificios”; que no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores. Evidentemente que Jesús vino a llamar a todos. Pero los había falsos justos que se consideraban una casta superior impecable y que juzgaba  desde su punto de vista las acciones de los demás. Ellos, santones. El resto, pecadores. Pues a esos pecadores se dirige Jesús, y se siente más a gusto con un pecador que humildemente se reconoce pecador que a uno que se considera justo con toda su autosuficiencia

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