domingo, 4 de octubre de 2020

SAN FRANCISCO DE BORJA

por el padre Manuel Cantero, S.I. (R.I.P.)

Me ha parecido bien poner aquí distintas reseñas a San Francisco de Borja, realizadas por este sacerdote jesuita, mi confesor, y amigo, a lo largo de los años de actividad de su blog

San Francisco de Borja

          el hombre que pasó de la Corte real al servicio de Dios, en la Compañía de Jesús, ante la visión de lo efímero de las glorias y bienes humanos.
San Francisco de Borja, el santo que tiene su momento profundo de reflexión al tener que testificar en Granada que la persona que iban a enterrar era la de su bella emperatriz, muerta en Madrid. Los días de traslado desde la capital y el traqueteo de la carreta han desfigurado de tal modo el cadáver, que Francisco de Borja decide en aquel momento nunca más servir a señor que se me pueda morir.
          Y cambia sus honores de la Corte por la sotana de la Compañía de Jesús, en la que llegó a ser Superior General. Fue un hombre de altas dotes de oración.
 Francisco de Borja, el Duque de Gandía, había enviudado. Libre ya de sus obligaciones matrimoniales, se centró en la idea que venía acariciando de entrar en la vida religiosa. Hizo los Ejercicios Espirituales de mes completo con el P. Oviedo y determinó entrar en la Compañía de Jesús.
          Ignacio le escribe admitiéndole en la Orden, y dándole una serie de orientaciones y consejos de cómo debía ir acabando con sus diversos temas derivados de su situación como duque de Gandía, padre de familia, y su dependencia de la corona de España. Había comenzado unas obras para un convento de dominicos y el hospital de la ciudad, y primero debía dejar acabada la obra comenzada.
 Francisco de Borja había hecho privadamente su profesión en la Compañía. Llevaba una intensa vida espiritual. En carta a Ignacio le pide orientaciones sobre oración y penitencia.
          Ignacio le indica la conveniencia de reducir el tiempo de oración. Y en cuanto a la penitencia, que no sea sangrante. Por el contrario, dedicar más horas al estudio. Y mantener las fuerzas corporales porque el cuerpo es necesario para actividades espirituales. No hay que deshacerlo sino hacer que obedezca al espíritu. Por eso, mejor que la sangre de penitencias más extremas, pida los dones que vienen de Dios. Puede pedir el don de lágrimas que vengan provocadas por elevaciones del alma.
          Y todo lo que desee en su espíritu sea para gloria de Dios y no para contentamiento de sí mismo. El Espíritu Santo inspirará el resto.
Francisco de Borja estaba en los asuntos del Ducado de Gandía. Mantenía correspondencia con Ignacio por razón de la Universidad de Gandía. Ignacio envió 7 jesuitas junto al P, Oviedo.
          Ignacio dedica la carta a la parte espiritual. Alaba al Duque y se abaja a sí mismo. Quiere que Francisco de Borja no encumbre ni a él, Ignacio, ni a los jesuitas.
          Le exhorta a la unión con Dios, a la frecuentación de la Eucaristía, y le pide que le apoye con sus oraciones en la labor del superiorato de la Compañía.

EVANGELIO
...vimos a Jesús enviando a sus Doce apóstoles con una misión evangelizadora. Por lo mismo, con poderes sobre el mal, y con una base de PAZ para llevar a cabo su misión. Tan era obra de Dios, que ellos no debían ir apoyados en algo humano que los respaldase. Sólo LA PAZ.  Y de ella habían de hacer bandera de presencia y de acción de Dios.

             Hoy ensancha Jesús el círculo de los misioneros que han de ir delante, a las aldeas y pueblos adonde Jesús iría después (Lc 10, 1-12). Son 72: por tanto no se habla de los apóstoles. No llevan poderes extraordinarios contra los males del cuerpo o del alma. Tampoco llevan pertrechos para su seguridad. Lo que llevan son dos valores inalterables: uno es la consabida PAZ con la que deben llegar a cada sitio, con la que deben permanecer, o –cuando no haya gente de paz- de donde deben salir.  Y precisamente porque su riqueza es la paz, no deben ni llevarse los polvillos de impaciencia pegados a sus pies.  El otro valor es su anuncio cierto de que –se les reciba o no- está cerca el Reino de Dios. A la llegada de ese Reino no le va a hacer de obstáculo que haya una parte del mundo que no quiere vivir en paz, que no son agentes de paz.  Ya se llevan tragado –Jesús se lo ha advertido- que los envía como corderos en medio de lobos…, una herencia que no se acaba en aquel grupo de misioneros, sino que se sigue prolongando a través de los siglos, y que hoy día tiene un repunte muy notable en las actuales persecuciones y matanzas que se están dando contra los católicos en diversos lugares de Asia y África, especialmente.  Y dado que es mucha la mies a recoger, y muy pocos los segadores, hay que pedir al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.  [Próximos ya a la semana misionera del DOMUND, tiene una especial fuerza esta palabra de Jesús].
             De los detalles de la narración se pueden ver algunas iluminaciones para el momento actual.  Estamos en la que podremos llamar la era de los laicos. En esos 72 es evidente que los laicos son enviados por Jesús. Que en el grupo de discípulos –no apóstoles- había un plantel de seglares que podían hacer una labor directa de preparación a la llegada de Jesús.
             Aquí –como queda dicho- no hay poderes para obras extraordinarias. Pero el contagio de esta forma de vida que ha inaugurado Jesús no necesita de poderes que no sean el testimonio de personas decididas e ilusionadas con la misión que llevan adelante.  O quizás podría decirse mejor: están atraídos por Jesús…, han entrado de tal manera en su Corazón, en sus sentimientos, en su valentía y en su capacidad de sacrificio, que esos 72 van entusiasmados a poder comunicar el gran valor que tienen en sus manos: van a comunicar  A JESÚS, preparándole el terreno.
             Han escuchado el dolor de Jesús ante la carencia de misioneros, y han dado el paso adelante, como aquel profeta: Aquí estamos; envíanos. Y Jesús acepta el ofrecimiento de aquellos seguidores suyos, pero lealmente les advierte que no van en paseo triunfal, sino como corderos en medio de lobos.  Y aceptan el envite.
             Y lo aceptan tal como Jesús lo diseña: sin apoyos que ellos pudieran procurarse. Ni talega ni alforja en la que pudieran llevar pertrechos por si las cosas no van bien… Algo más extraño: sin sandalias. Sería como el símbolo de la carencia de lo más normal para quienes han de ir por diversos lugares.  Y finalmente: no os detengáis a saludar a nadie por el camino.  Con aparecer como cosa rara, en realidad es una recomendación muy inteligible: que vayan al grano; que vayan a lo que van.  Y si tenemos en cuenta que entre aquellas gentes los “saludos” podían durar una hora, la encomienda de Jesús es comprensible.
             La recomendación básica: ir siempre en son de paz y alejarse de los que no la tienen o no la quieren.  Norma característica de quien tiene la fe de Cristo. Y cuando surgiera una hostilidad a la fe, salirse cuanto antes, sacudir los pies para que no quede ni rastro de esa impaciencia, y marchar a un lugar de PAZ.  Entonces, quedarse. En región y clima de paz, ya se puede todo.

             Aunque con gentes de paz o ante quienes ni la tienen ni la dejan tener, un anuncio esencial: De todos modos, el Reino de Dios está cerca.  Ese mensaje es para esculpirlo en todos nosotros, que nos debemos sentir metidos en esos 72…  Y nos queda que orar a toda marcha por ese campo tan ancho y tan necesitado de segadores.  Es curioso cómo se queda ahí –sin decirlo expresamente- que los 72 llevan misión de sembrar y preparar el terreno, y sin embargo Jesús ya está mirando al desarrollo y recogida de esa siembra. ¡Es precisamente la fuerza íntima que lleva el Reinado de Dios!, el que Jesús viene a poner de manifiesto, el que Él viene a enseñar y establecer de forma definitiva.  Pero –como en tantas cosas- lo que Él podría hacer solo, no quiere hacerlo sino con hombres y mujeres que colaboran y dejan ahí lo mejor de sí mismos.  Se me viene una ráfaga al pensamiento:  ESO ES PRECISAMENTE EL APOSTOLADO DE LA ORACIÓN.

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