domingo, 8 de noviembre de 2020

DÍA DE LOS FIELES DIFUNTOS

 

2 noviembre: La muerte no es el final LITURGIA Fieles difuntos Un día muy difícil de concretar en las lecturas porque los libros litúrgicos han tomado lecturas que no aparecen en los misalitos de los que puedo servirme para preparar cada día la explicación en el blog. Tengo que improvisar, tomando del leccionario común de difuntos, lo que es seguro que no coincidirá con las lecturas que se tengan en las Misas. Y he dicho “Misas” en plural porque este día la Iglesia pone tres formularios distintos y cada sacerdote puede celebrar tres Misas. Realidad que se ha ido haciendo cada vez menos practicada por la edad de la mayoría de los sacerdotes, y porque a los más jóvenes no les entra eso de celebrar tres Misas cuando no hay necesidad pastoral para ello. Por tomar un “ejemplo” de lecturas voy a empezar por el Libro de las Lamentaciones (3,17-26) que –como corresponde a su título, se lamenta primero angustiosamente ante la muerte, que toma como que le han arrancado la paz y no se acuerda de la dicha; se me acabaron las fuerzas y mi esperanza en el Señor. Fíjate en mi aflicción y en mi amargura, en la hiel que me envenena; no hago más que pensar en ello y estoy abatido. Para un tiempo en que aún no había un sentido de nueva vida, la muerte que le han anunciado le hunde anímicamente, porque ¿qué le espera después? Y sin embargo se rehace sobre su propio abatimiento y dice: Pero hay algo que traigo a la memoria y me da esperanza: que la misericordia del Señor no termina y no se acaba su compasión… El Señor es mi lote y espero en él. El Señor es bueno para los que esperan y lo buscan. Es bueno esperar en silencio la salvación del Señor. La 2ª lectura es ya del Nuevo Testamento y tiene otra visión: Rom.8,31-35.37-39 es todo un grito de esperanza: Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no perdonó a su Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? ¿Quién condenará? ¿Será acaso Cristo, que murió, más aún, resucitó y está sentado a la derecha de Dios y que intercede por nosotros? Concluye finalmente: En todo vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido que ni muerte ni vida, ni ángeles, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna, podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. Para acabar con Lc.24,13-35, el episodio de los discípulos de Emaús, los dos hombres que se habían venido abajo anímicamente ante la noticia de la muerte de Jesús, porque piensan que todo se ha acabado ya con aquello. Pero Jesús mismo, en disfraz de peregrino, se une a ellos en su huida hacia Emaús, y les va abriendo luces en sus corazones al hablarles de que Cristo tenía que padecer y morir para entrar en su gloria. Aquello les enardece el ánimo y sienten que sus corazones arden de emoción ante la noticia del Cristo resucitado. Y cuando entran a cenar y “el peregrino” realiza un ritual eucarístico, a ellos se les abren los ojos de la fe y saltan de gozo descubriendo que en efecto CRISTO VIVE. Sería la gran lección final de este día para enfocar la muerte de nuestros seres queridos y la nuestra propia (cuando llegue su momento), desde la esperanza firme de la resurrección. De que nuestros restos van a recibir un día aquella palabra de vida de Ezequiel sobre los huesos, que hicieron salir del sepulcro a los que estaban allí y volvieron a una nueva vida. Nos espera una nueva vida. Nos esperan los brazos de Dios. Sabemos lo que hay en la “parte de allá”. Nos esperan el Padre, Jesús, la Virgen, los Santos, nuestros familiares. Nos espera una felicidad sin medida. Nos espera una eternidad sublime que ahora no podemos ni imaginar, porque ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el entendimiento alcanza a comprender la dicha que el Señor nos tiene reservada.


2018

Liturgia:
                      Hace pensar que la Iglesia haya colocado la conmemoración de TODOS LOS FIELES DIFUNTOS junto a la fiesta de TODOS LOS SANTOS. Parece querernos decir que estamos celebrando el 2 de noviembre la continuación, que cae por su peso, del día 1.
          El 1, veneramos a todos los Santos del Cielo; por decirlo así: a quienes su vida ejemplar o heroica, conocida o desconocida, pueden ser puestos ante nuestros ojos como modelos de vida.  Evidentemente podremos  encontrar ahí a muchos conocidos, contemporáneos nuestros, familiares, a quienes tenemos, con casi absoluta seguridad, en la presencia de Dios. Y son santos porque su vida y su muerte nos dan pie a sentir que están en brazos de Dios, y ellos gozando eternamente de ese abrazo, y alabando por siempre al Dios que siempre adoraron y sirvieron.
          El día 2 hablamos de los FIELES DIFUNTOS.  Si “fieles”, también estamos hablando de personas santas.  Y por tanto este día es una explicitación del día 1, un dar en el mismo clavo, desde una perspectiva poco diferenciada.
          Quizás fundada la Iglesia en ese pensamiento del tránsito entre la muerte y el Cielo..., ese aspecto que ha durado tanto en la teología sobre un “estado intermedio”, que se ha llamado “purgatorio”.  Y que, en realidad, era difícil de probar con textos del Nuevo Testamento, y había que recurrir al Libro de los Macabeos (del A.T.) para darle algún fundamento.
          El hecho, para quienes hablamos ya en lenguaje de Evangelio, en idea de Jesús, nunca habló de ese “estado intermedio”.  Habló con claridad de “Cielo” (con Dios) y de Infierno (abismo “sin Dios”, que no deja paso a una futura rectificación).  Y que la realidad es que purgamos ya en esta vida, con nuestras enfermedades, con las injusticias, con el dolor, con el abuso de los prepotentes, con las violencias que llegan de una parte y otra..., y que muchas veces provienen de la vida diaria, de la misma familia o entorno en que nos desenvolvemos.
          Entonces la conmemoración de los Fieles Difuntos puede tener, en su origen, una connotación de “paso”, de “sufragio”, pero hoy día es una celebración festiva en la que recordamos a nuestros seres queridos y a todos los fieles difuntos que también podemos celebrar como santos, continuando la fiesta del día 1.
          Y digo FIESTA. Y hablo así con lenguaje cristiano, con sentimiento feliz de Iglesia que recibe a sus hijos y los deposita en las manos de Dios Padre, con el gozo de que han seguido a Jesucristo, que resucitó primero, y fue así las primicias, el comienzo de una lista interminable de almas que lo siguen y festejan ya en el Reino eterno.
          Creo que esta consideración nos lleva a dos reflexiones:
          1.- La de los fieles cristianos que viven con miedo el pensamiento de la muerte, porque -se oye decir-: No sabemos adónde vamos a acabar.
          La respuesta es muy clara en boca del propio Jesús: Yo soy la Resurrección y la vida; quien cree en mí no morirá eternamente, sino que Yo lo resucitaré en el último día.
          Por tanto: sabemos muy bien que desembocaremos en brazos de Dios.  Por decirlo así: que en este viaje de la vida, quienes buscamos y procuramos subirnos al tren de Dios, no tenemos paradas intermedias...  Salimos de esta estación del día a día de fieles creyentes, y ya no hay parada hasta la “estación “Término”, que son los brazos de Dios.
          Con un símil de una expresión litúrgica: recibimos en la Comunión la prenda de la gloria futura.  Esa semilla de la Eucaristía crece ya en nosotros y se alarga hasta el mismo Cielo, donde acaba dando su fruto.
          Sólo un loco se tira en marcha del tren.  De ahí aquella célebre frase de quien dijo que en el final de la vida basta que haya Cielo y Manicomios.  Porque si alguien se condena, es porque está loco.
          Hemos de experimentar (no sólo saber “con la cabeza”), que nuestro destino es el abrazo de Dios, y que no fue en balde que Cristo muriera y derramara su Sangre por todos para el perdón de los pecados. Y experimentarlo es tener seguridad plena.  Es ESPERANZA teologal.  Es creer en el Dios de la Vida y no en el falso dios del castigo, la muerte, o el policía que nos vigila para ponernos la multa.
          2.- El otro aspecto que es interesante poner ante nuestra mente es la tendencia evidente de nuestro mundo y sociedad actual de “ocultar la muerte”.
          Una causa en el fondo   de todo esto es la rebeldía del hombre y la mujer de hoy. Y de ahí surge el escándalo ante la muerte.  Y el intento de “alejarla”, de ignorarla...

2017

Liturgia: FIELES DIFUNTOS
                      La Iglesia conmemora, junto a todos los Santos, a los FIELES que ya murieron y cuyo destino final es el Cielo. Y por tanto que –prácticamente- pertenecen ya al grupo de los salvados, de los Santos. Pedimos por ellos porque fueron FIELES, y porque su camino está trazado hacia una eternidad feliz. Si hipotéticamente nos constara de alguno que se hubiera condenado, por ese no podríamos pedir, porque ese tal no tendría ya redención. Si pedimos, y la Iglesia nos enseña pedir- es porque son fieles que salieron de este mundo y “están en camino”. Y algunos pueden haber necesitado de estos sufragios que los vivos ofrecemos, para haber encontrado la dirección hacia Dios. A ellos se les habrían aplicado estas gracias para que su paso de este mundo al otro fuera en la dirección buena, y así hoy día ya caminen hacia la gloria del Padre, o la hayan alcanzado. Que si la han alcanzado, su fiesta fue ayer, entre los santos del cielo.
          Jesús dibujó la muerte con expresiones confortadoras. Primero porque Él dijo de sí que es LA VIDA. Cuanto caminamos hacia él, caminamos en el vehículo de la vida y desembocamos en los brazos de Jesús, que es LA VIDA. Porque es LA RESURRECCIÓN, y cuando nos toque el momento de pasar de este mundo al Padre, lo haremos en brazos de quien nos acompaña en nuestra resurrección a la vida.
          No describe Jesús la muerte con ropajes de luto. La presenta como UN ENCUENTRO CON EL ESPOSO, como el de aquellas muchachas que salen a recibir a sus novios…: con la misma alegría, con el mismo sentido de fiesta, con la entrada en el banquete…
          La describe como LA LLEGADA DEL AMO… Y dichosos aquellos criados que velan lo que haga falta en la noche de la vida, para abrirle en cuanto llegue. ¿Y cuando llega? No se sabe ni el día ni la hora, ni el modo ni el dónde. Lo que hay es que estar en vela para abrirle en cuento llegue y llame. Y con una belleza imponente nos dice Jesús que el amo al llegar los hará sentar a la mesa y él se pondrá a servirles. En la muerte somos servidos por el Señor. Él nos lleva de su mano y el nos convida al banquete.
          El secreto está en el comportamiento de la espera. Porque lo mismo que a los que vigilan les hace sentar y les sirve, a los que se comportan indecentemente los expulsa de su casa y los echa fuera. Tanto nos va en vigilar y vivir la vida vigilantes, y estar siempre preparados. No da tiempo para prepararse a última hora, porque se corre el riesgo de que la puerta se cierre y ya no se pueda entrar.
          Los evangelios que la Liturgia señala para las Misas de difuntos en general, dan una variedad muy grande. Empezando por LAS BIENAVENTURANZAS, con lo que se identifica este día con el de ayer. El de la ACCIÓN DE GRACIAS porque estas cosas se las revelas a la gente sencilla, y la invitación a ir a Jesús que alivia a los cansados y agobiados. La parábola de las DIEZ DONCELLAS a las que ya he hecho referencia. El JUICIO FINAL donde quedarán patentes las realidades de la vida. La MUERTE DE JESÚS, depositando su alma en los brazos del Padre. La resurrección del HIJO DE LA VIUDA de Naím. Los CRIADOS VIGILANTES, que ya he referido y que es una de las parábolas más expresivas para presentar la realidad de la muerte. EL BUEN LADRÓN que obtiene la misericordia cuando recurre a Jesús en su último momento. Los DICÍPULOS DE EMAÚS que pasan de la desesperanza a la alegría porque la muerte se ha convertido en vida. LÁZARO, su muerte, el diálogo de Marta con Jesús, o el llanto de Jesús por el dolor de aquellas hermanas con las que le unía una amistad cordial. El GRANO DE TRIGO QUE MUERE y así da fruto. Las MUCHAS ESTANCIAS en la casa del Padre, y la oración de Jesús para que los que me diste, ESTÉN CONMIGO.


          Puede, pues, verse a las claras que no hay lutos en todos esos evangelios. Que, contando con el dolor de la pérdida de seres queridos, y el llanto, hay siempre una salida gozosa, y que Jesús está siempre del lado de la vida. Se explica la angustia de muchos ante la incertidumbre del momento, ante esa duda posible de no hallarse preparados para afrontar el camino… Pero en la fe cristiana está el hacer lo que se puede y se tiene entre manos…, y el abandonarse luego confiadamente en los brazos de la misericordia. Dios es el que salva. A nosotros nos toca que tener las manos limpias. Llenarlas corresponde a Dios que es quien nos da lo que no tenemos. Pero las manos limpias para recibir esas gracias que Dios nos tiene preparadas. Queda, pues, no la angustia sino el santo temor de nosotros mismos, que somos capaces de fallar. Pero que también podemos erguirnos en la plena confianza de que no fallaremos por la mucha misericordia y gracia de Dios en nosotros.


2016

2 noviembre: Un día para la esperanza

Liturgia   Conmemoración de fieles difuntos
          Es un día difícil de centrar en una reflexión porque no hay lecturas fijas para alguno de los tres formularios de Misas que son posibles de celebrar por cada sacerdote en este día. Por lo mismo no queda un pensamiento que vaya a encontrarse aplicado en alguna de las Misas a las que se asista por parte de los seguidores del blog, que muchas veces se ayudan de éste para comprender mejor el sentido de las lecturas.

          Haciendo una opción, y a sabiendas de que en un par de días va a volver a salir el texto, tomo Filip 3, 20-21, un texto muy breve pero muy elocuente en el que Pablo trasmite a sus fieles de Filipos la seguridad de que somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo La salvación que él nos trae es nada menos la de que él transformará nuestra condición mortal según el modelo de su cuerpo glorioso porque él tiene el poder y la energía para sometérselo todo.
          Lo que Jesús hace en nosotros es infundirnos la fuerza de su misma resurrección –su cuerpo glorioso-, para que nosotros vivamos una vida nueva. Nuestra condición humana es humilde, pobre, con un cuerpo que se desmorona. Pero eso va a quedar transformado por la energía que brota de Jesucristo, que nos va a levantar de nuestros sepulcros y nos va a situar en el plano de su resurrección de entre los muertos, venciendo a la muerte y tomando una condición nueva de personas resucitadas, que viven ya la gloria de Jesús.
          Es la esperanza con la que vive un creyente. Vivimos el día a día con nuestras limitaciones y carencias, con nuestras pobrezas y defectos. Con dificultad nos levantamos de nuestras imperfecciones. Y sin embargo sabemos que vamos tendiendo hacia una meta tan alta que no podemos ni imaginar. Pero no son nuestras fuerzas ni nuestras capacidades. Es la confianza plena en Jesús que va delante de nosotros y que ha resucitado de entre los muertos y con ello ha vencido a la muerte, le ha arrancado su aguijón venenoso, y ha subido triunfante a los cielos, y se ha sentado a la derecha de Dios. Y nosotros vamos siguiendo su rastro, atraídos por su energía con la que ha sometido todo a sí mismo, en ese glorioso sometimiento que infunde vida a lo que toca.
          La historia de este misterio de muerte y resurrección ha sido concentrada en un evangelio que une la muerte y la resurrección de Jesús, para darnos así la visión conjunta de todo. Mc 15, 33-39; 16, 1-6 recoge por una parte el dolor de la cruz, y del momento más duro de esa tragedia humana, cuando Jesús experimenta el misterioso abandono que le hace exclamar: Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado? Ese momento siguiente en que Jesús, dando un fuerte grito, expiró. Pero no fue el final, aunque humanamente allí se había acabado todo. Hubo todo el dolor que encierra la muerte en el que expira y en sus deudos. Hubo todo el fracaso que se encierra en ese desmoronarse la vida. Hubo toda esa misma realidad que padecemos los humanos en un trance sin remedio, que nos rompe todos los esquemas.
          ¡Pero no fue el final en Jesús, ni es el final en nosotros! En Jesús se dio al tercer día la resurrección gloriosa que anunciaron los jóvenes vestidos de blanco a las mujeres que habían ido con la idea de embalsamar el cadáver. No está aquí; HA RESUCITADO. Mirad el sitio donde le pusieron. Y en efecto el sepulcro estaba vacío, en efecto Jesús había salido triunfal de su sepultura y se fue apareciendo para dejar constancia visible de su VIVIR DEFINITIVO.
          Es la suerte de los creyentes en Cristo. Es la suerte de nuestros difuntos. Es la glorificación a la que estamos destinados. Es el camino que siguieron los que ya nos precedieron y el camino que seguiremos nosotros.
          Si ayer celebrábamos a todos los Santos, hoy nos ponemos en “la puerta” de esa santidad y hacemos el acto de fe profunda en la resurrección de los muertos para saber que también ellos celebrarán el día de todos los santos. Y para saber que nosotros –los que aun vivimos- estamos recorriendo los aledaños de ese camino que nos conduce a la vida gloriosa, a la presencia de Dios, donde quedaremos iluminados por esa luz de la gloria que nos dará la posibilidad de VER A DIOS.

          Es lo que pedimos para nuestros difuntos; es lo que pedimos para nosotros, en la segura esperanza de las gracias de Dios, que nos han de conducir al fin último para el que hemos nacido.

Otro 2 de novb.: Liturgia de difuntos

          A raíz de mi rato de oración y como un complemento al texto que ya he puesto en el blog, añado palabras de la Sagrada Escritura que se incluyen en las Misas de difuntos y que bien merecen la pena tomar hoy como fuentes de esperanza y sentido hondo de esta conmemoración.
          Uno de los formularios posibles comienza con el libro de la Sabiduría 3, 1-9 y dice así: La vida de los justos está en manos de Dios y no los tocará el tormento, La gente insensata pensaban que morían, consideraba su tránsito como una desgracia, su partida de entre nosotros como una destrucción. Pero ellos están en paz. La gente pensaba que eran castigados, pero ellos esperaban la inmortalidad. Sufrieron un poco, recibirán grandes favores, porque Dios los puso a prueba y los halló dignos de sí; los probó como oro en el crisol, los recibió como sacrificio de holocausto.
          Palabra por palabra me han confortado mucho en esa oración personal, y me han proyectado la mirada hacia mis difuntos. Y yo lo copio para que todos podamos experimentar esa esperanza y esa paz profunda cuando pensamos en los que ya no están aquí con nosotros. Y porque –finalmente- nosotros pasaremos por ese momento de abandono definitivo en las manos del Dios misericordioso.
          La otra lectura del mismo formulario está tomada de Rom 8, 31-35. 37-39. Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica (=el que santifica).  ¿Quién condenará? ¿Será acaso Cristo, que murió; más aún, resucitó y está a la derecha de Dios, y que intercede por nosotros? ¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo? ¿La aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro? ¿la espada? En todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado, Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni poderes, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna, podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.
          Y se cierra el formulario con la proclamación del evangelio de Emaús (Lc 24, 13-35), el de unos hombres que huían de la muerte y se encontraron con la vida. Huían de un Jesús fracasado y se encontraron un Jesús resucitado. Huyeron de los compañeros porque ya no quisieron saber más, y volvieron a ellos proclamando el gozo de haber visto al Señor.

          Todo esto es un mensaje que llena de esperanza en este día y nos hace protagonistas de esa esperanza.

2015

2 novb: la fiesta de los fieles difuntos

Conmemoración de TODOS LOS FIELES DIFUNTOS
          Ayer celebraba la Iglesia a todos los SANTOS, es decir, a todos los que ya viven en el Cielo y gozan del abrazo de Dios. Sabemos los nombres de muchos, que están en el Santoral y en el Martirologio. No sabemos los nombres de esa ingente multitud de “los 144,000” que encierran una plenitud de cuantos vivieron su vida en camino hacia el trono de Dios, siguiendo al Cordero, con sus palmas en las manos.
          Hoy la Iglesia celebra desde tiempos muy antiguos a los OTROS SANTOS que pueden “estar de camino”, y a los que los fieles cristianos vivos quieren sufragar para que su día de fiesta sea el día 1, entre los que ya llegaron al abrazo de Dios. Hoy celebramos la fiesta  de ese ingente número de los que ya han muerto. Y lo celebramos como fiesta porque sabemos a ciencia cierta que están en el ámbito de Dios, porque morirían en paz y gracia de Dios.
          Desde la creencia cristiana el momento que decanta en esa dirección de personas que van en línea de plenitud es el momento mismo de la muerte. El cuerpo queda en la tierra. La persona como tal ya ha encontrado su definitivo destino. Y quien vivió una vida digna, caritativa, piadosa, entregada a hacer el bien, feliz y para hacer felices a los que le rodean, y hasta muchas veces heroicamente y en medio de sacrificios y contrariedades…, damos por seguro que están en brazos de Dios, aunque sigamos pidiendo por ellos y, aunque muchas veces, añadimos: “o que ellos pidan por nosotros”.
          De donde se sigue que la muerte no derrumba al creyente que ha perdido a un ser querido, y hasta quizás lo haya perdido trágicamente o produciendo una verdadera tragedia en quienes siguen viviendo este mundo. En el creyente hay una almohadilla que atempera su dolor, y no de una forma superficial sino muy profunda. En el creyente –y lo tenemos comprobado en muchas ocasiones- tal desgracia es acogida con inmensa serenidad y paz, con absoluta entereza y aceptación, con una extraña sensación de gozo interior, con un llanto pacífico y abandonado en el pecho de Dios. Y bien se sabe que toca ahora enfrentarse a una etapa muy nueva en la que se va a notar la falta de esa rueda esencial que constituía quien se fue… Pero se sacan fuerzas de flaqueza y luce la luz de la esperanza, por una misteriosa fuerza que “no se sabe de dónde nace”, aunque se sabe perfectamente que Dios está ahí detrás.
          Por eso me quedo muchas veces pensando en esas tragedias cuando alguien no tiene fe y no tiene dónde agarrarse, y a lo sumo descarga todo su desastre humano en encender unas velas, o en esos llantos que no curan sino de lágrimas amargas que no tienen pañuelo que las enjugue.
          Hoy día es muy corriente que se emplee el dicho anodino: “donde esté”, como si quedara el ser querido vagando por una región etérea que no sabe nadie definir. Es la confesión de la incertidumbre, de lo inconcreto, de la desesperanza… Lo curioso es que quienes dicen esa frase lo hacen mirando hacia el cielo. En el fondo están haciendo una confesión de la fe que no quieren expresar y que no viven activamente pero que sienten por instinto, sin saber ni por qué. Porque lo que no estarán pensando es que sus seres queridos están como aerolitos perdidos en el firmamento…; donde estén. Tampoco van a querer decir que estén condenados en un suplicio misterioso.

          Por eso la expresión cristiana es mucho más rica y definida: Se habla del difunto “que en gloria esté”, con lo que ya se está expresando un destino muy concreto y una esperanza muy firme. Incluso traspasan ese “estado intermedio” que queda ahí como misterio difícil de explicar, y ya sitúan al difunto en el lugar de la felicidad y del encuentro con Dios: En la Gloria. Evocan así aquel momento del calvario cuando Dimas se dirige a Jesús desde su propio tormento y le dice: Acuérdate de mí cuando estés en tu reino. Y Jesús respondió que eso sería “hoy mismo, conmigo, en el Paraíso”, sin esperar a que el ladrón que tenía tanta carga a sus espaldas, tuviera que esperar un trecho antes de entrar “conmigo en el Paraíso”. No era poca purga el sufrimiento de un crucificado que se asfixia…, o que va a padecer en vida el macabro momento de partirle las piernas… Aparte de que –ladrón y todo- la vida de aquel hombre había tenido mucho de “purgatorio en vida” porque no se es ladrón yendo de rositas por la vida. Por eso el paso entre la vida y la muerte es la única distancia que le separa del Paraíso y del estar “conmigo”, con Jesús que, en su cruz, ya ha pagado por todo y por todos.

2014

2 novb: Una fiesta de la fe católica

Conmemoración de los FIELES DIFUNTOS
          La Fiesta pagana del Hallowen es una fiesta de importación norteamericana, propia de una sociedad asentada sobre el bienestar y que quiere huir de la idea de la muerte y de toda idea que le saque de su mentalidad triunfalista. Mofándose de la muerte, jugando con ella como una chanza de brujas y disfraces, se intenta ahuyentar algo que se quiere olvidar.
          Lo que pasa es que por mucho que se la quiera ignorar, la muerte es un hecho natural que llevamos pegada al cuerpo, y que sensatamente hemos de afrontar no como quien la huye sino como quien la mira de frente y le da sentido.
          Los católicos tenemos un día de CONMEMORACIÓN, recuerdo y esperanza sobre nuestros difuntos. Pegada esta fiesta a la de ayer –de Todos los Santos- no hace sino ampliarla. Muchos de los difuntos que hoy recordamos ya tuvieron ayer su fiesta. Y en realidad son a ellos a los que la Iglesia dedica este día solemne, desde la convicción de que estamos de fiesta.
          Los católicos no ignoramos la muerte. No ignoramos la dureza de tener que morir o de ver morir. No somos ni ciegos ni locos. Lo que sí vivimos es la fe y la esperanza. Empezando por la seguridad del valor que tienen nuestras carencias y sufrimientos en esta vida, que ya nos hacen purgar nuestras deficiencias y pecados. Y que nosotros, miembros de una Iglesia en la tierra, caminamos hacia otra forma de Iglesia del Cielo, con esperanza firme de hallarnos entonces ante Dios.
          Si no viviéramos esa esperanza, la muerte sería angustiosa, o preferiríamos no acordarnos de nuestros difuntos, a los que veríamos como desgraciados.
          La liturgia ha dado hoy una vuelta de tuerca a todo pensamiento luctuoso y nos abre otra perspectiva: Isaías nos habla (25, 6-9) de un banquete con manjares enjundiosos y vinos generosos, como un intento de hacernos barruntar la felicidad infinita del Cielo, donde Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros, quitará el oprobio humillante de la muerte, y nos dará el abrazo definitivo que esperábamos alcanzar, gozándonos de nuestra salvación.
          San Pablo, escribiendo a los fieles de Roma (8, 31-35; 37-39) arranca desde el emocionado pensamiento de Dios que no perdonó la muerte de su Hijo porque quería entregarnos a nosotros TODO: la salvación y la Gloria. Y entonces se pregunta el apóstol qué cosas pueden apartarnos del amor de Dios: ¿la aflicción, la angustia, el dolor, la muerte, la persecución, el peligro, la espada? Para concluir que NADA NOS PUEDE APARTAR DEL AMOR DE CRISTO. “En todo esto vencemos fácilmente porque Él nos ha amado. Pues estoy convencido que ni los poderes, ni la muerte, ni criatura alguna puede apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo”
          San Juan (17, 24-26) es la misma palabra de Cristo: “Padre: éste es mi deseo; que los que me diste estén donde Yo estoy y contemplen tu gloria… Les he dado a conocer tu Nombre para que el amor que me tenías esté también en ellos”.
          Todo ello adobado por el Salmo 114 que hemos coreado con el estribillo: Caminaré en presencia del Señor.
          Todo lo cual, a la vez que nos conforta en el recuerdo de nuestros difuntos que ya han triunfado, también reclama de nosotros una actitud: También nosotros hemos de caminar en presencia del Señor; también nosotros hemos de acercarnos al Evangelio como camino que nos va situando ante Dios. También nosotros nos disponemos a estar donde está Cristo, en el Cielo junto al Padre, recibiendo de la Iglesia nuestra “bolsa de viaje”, la Eucaristía, que es el viático como la fuerza de alimento que nos asegura la marcha hacia el Cielo.

          Así el día en que recordamos a nuestros difuntos revierte directamente sobre nosotros, que un día celebraremos –junto a Dios- esta conmemoración que estamos ahora viviendo.


2013

2 novb.: En el recuerdo de quienes marcharon

2 novb:       Los fieles difuntos
             Bien podría ser esta conmemoración una continuación de la fiesta de ayer. Si ayer fuera tomado como la celebración de todos los santos reconocidos como tales, hoy vendríamos a recoger esa otra gran masa de los que nadie se ha apercibido de su santidad, pero que de hecho gozan ya de la visión y el abrazo de Dios.  Por otra parte, ha sido costumbre de la Iglesia ese sufragio a favor de quienes han muerto, a quienes los vivos desean el abrazo de Dios.
             Pero si nos vamos al Nuevo Testamento y recogemos el pensamiento cristiano, ahí no hay sino la seguridad –fundamentada en la virtud teologal de la esperanza- que los que fueron bautizados con el Bautismo de Cristo, participan en su plenitud de la vida, pasión, muerte y resurrección de Cristo. Por consiguiente, no hay muerte con luto, porque toda muerte del cristiano está abocada a la resurrección inmortal.
             No prescinde ni niega la Iglesia el dolor y el sentimiento por la muere de un ser querido. Eso está en el plano humano y es hermoso que lo haya. Y lo extraño es que no lo hubiera.  Sin embargo muchos somos testigos de personas que han tenido una reacción alta y nobilísima ante la muerte desgraciada de algún íntimo. ¿Qué ha pasado?  Que el sentimiento y el sufrimiento humanos son muy normales y venerables. Pero que quienes viven como actual realidad que la muerte no es pérdida sino encuentro con Dios, triunfo sobre la vida mortal, abandono temporal, llegada a la Casa del Padre…, subliman sus mismos sentimientos doloridos y sobrenada en ellos el gozo de la eternidad feliz que ha alcanzado ya su deudo.
             Cualquiera de las lecturas que hoy puedan tomarse a lo largo de los tres formularios de este día, siempre estaremos tocando otro sentido diferente al luctuoso. Es la altura de la fe, es la convicción de un Dios Padre misericordioso, y de un Jesucristo Redentor, que murió y pasó por ese paso de la vida humana, pero HA RESUCITADO y desde entonces nos metido a nosotros en esa dinámica ascendente de nuestra propia resurrección: la vida no termina; se transforma.
             El símbolo del Cirio Pascual, que preside nuestro Bautismo y las exequias, es muy elocuente: nacemos ya para ser iluminados por la luz de Cristo, y morimos bajo ese inmenso protector que es la Mano de Cristo que nos recoge.  Y en la vida y en la muerte, somos Luz de Cristo para iluminar.

             No iríamos muy lejos de ese tema si hubiéramos seguido la lectura continuada en Lc  14, 1, 7-11. Otra nueva invitación de un fariseo a Jesús para que coma con ellos.  Jesús acepta (como aceptó la de Levi, el publicano). Lo que Jesús no hace es dejarse sobornar por la comida ni por la invitación. Y viendo cómo aquellos fariseos eran ávidos de figurar…, de colocarse en los primeros puestos, Jesús les habla enseñándoles: cando9m te inviten a una boda, no vayas a ocupar los primeros puestos, no sea que hayan convidado a uno de más categoría que tú, y te digan que has de ceder el puesto a ese. Porque entonces, abochornado, tendrás que acabar yéndote al último lugar (que es el que ha quedado libre).
             Por consiguiente, y sacando la consecuencia más evidente, Jesús recomienda situarse en el último lugar. Que entonces, el que te convidó, vendrá por ti para decirte: Amigo, sube más arriba. Y quedarás muy bien ante los demás.
             Cae de su peso que Jesús no está dando un consejo “político” para obtener ventajas. No está la fuerza de la parábola en ese final (que es sólo una consecuencia del bien hacer) sino en el meollo de lo que quiere enseñar.  Y ese punto es:  no pretendáis estar en el centro; evitad los aspavientos que os dejan señalados con el dedo; ocupad vuestro sitio (y no os metáis en el de los demás); evitad los relumbrones, ese estar en medio, el figurar siempre.
             La parábola no puede quedarse para aquellos fariseos, ni para saber que “ocurrió” una vez…, ni  para meditarla. La parábola salta de inmediato desde el papel a mi vida. Y aunque no se trate de una boda, ni de un acto oficial, ni haya alguien de más categoría…, permanece la enseñanza básica: ponte en el último lugar, y allí vendrán a decirte: sube más arriba.  Pero qué difícil es eso. ¡Qué complicado resulta saber desaparecer!...  Y no como un medio de obtener algo a cambio, sino por convencimiento de que ahí está la humildad del corazón, la madurez de la personalidad. Ahí está un camino que mejor predispone a entender el Evangelio…, a estar en el camino del Evangelio.
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2013

Morir, resucitar y ayudar a revivir


FIELES DIFUNTOS y PRIMER VIERNES
          ¿Será casualidad que oficialmente hoy puedan celebrar 3 Misas los sacerdotes, lo mismo que el día de Navidad?  ¿Será casualidad que el Nacimiento y la Muerte tengan el privilegio de esas 3 Misas?  Más aún: ¿tendrá que ver el hecho de que Jesús nace con la CELBRACIÓN de este día que CONMEMORA A TODOS LOS FELES DIFUNTOS?  Porque observen ese título que da la Iglesia a este día: no se habla de “sufragio”, sino de “conmemoración”.  ¿También es casualidad que ayer celebráramos  TODOS LOS SANTOS (quienes ya está viviendo en el Cielo con plenitud), y que hoy conmemoremos a todos los fieles difuntos?  Porque es evidente que conmemoramos a los que ya están salvados; no íbamos a conmemorar a los hipotéticos condenados (si los hubiere).  Conmemoramos, en definitiva,  no su muerte sino su nacimiento, el que hay después de la muerte para aquellos que murieron en la PAZ DEL SEÑOR.  Porque de eso se trata.
             Lo difícil hoy para mí es hacer una expresa mención de la liturgia porque en los misales de uno popular –a menos los editados hace pocos años- no aparecen lecturas propias para cada uno de los formularios de las  Misas.  El Leccionario oficial sí las trae ya, evitando el molesto manejo de unos formularios comunes, abundantes, en los que cada lectura, cada salmo, cada evangelio había que buscarlo en diferente sitio y escogidas cada parte al azar.  No puedo, pues, entrar en concreto sobre lecturas oficiales de este día.  Lo que sí se puede afirmar siempre es que toda lectura sobre la muerte, especialmente en el Nuevo Testamento, es una puerta a la esperanza.  El Bautismo está ligado por el mismo Cristo a su muerte (el bautismo que Yo voy a recibir; el cáliz que Yo he de beber).  El bautizo más primitivo en la Iglesia, se realizaba por inmersión, introduciendo al neófito dentro de la piscina bautismal hasta la cabeza: un símbolo de muerte bajo las aguas. Pero la palabra del Sacerdote o diácono –las que Jesús dejó ahí como modo de salvación-, “salvaban” al bautizado sacándolo del agua, y con la invocación al Espíritu Santo que da vida.  Por eso la muerte está abocada a la vida a través de la fe…, a través de la gran realidad de Cristo muerto y resucitado, que convirtió la muerte en vida, el fracaso en triunfo, el pasado en ilusión y posibilidades de futuro. En la carta a los fieles de Roma (capítulo 6) se trata de ello.  Y en la 1ª carta a los fieles de Corinto (c. 15) se pone la razón de todo: porque Cristo ha resucitado y así fundamente nuestra fe.
             Muchos textos pueden aducirse y hoy encontraremos otros nuevos los que participemos en las tres Misas, o en alguna de ellas.  Se ha tocado en la “primera” [primer formulario] esa afirmación maravillosa de Jesucristo que dice a sus apóstoles que Él se va al Cielo porque va a prepararlos sitio en las muchas “estancias” que hay allí…  Y cuando preguntan los apóstoles cuál es el camino para llegar, Jesús responde con la más bella de las respuestas: YO SOY EL CAMINO.  Y nadie va al Padre sino por mí.

             Como hoy se añade a esta conmemoración –realmente festiva- la otra realidad de ser PRIMER VIERNES DE MES, nuestro acto del APOSTOLADO (5’30 de la tarde, en el Salón de Actos de la Casa de los jesuitas), nuestra HORA SANTA ante el Santísimo, en la Iglesia ( a las 7), lo haremos en ese ámbito gozoso de quienes HEMOS ENCONTRADO EL CAMINO en el Corazón de Jesucristo…, en el Corazón de Dios, donde se fundamenta indubitablemente NUESTRA FE.
             Jesucristo, el muerto que VIVE, y vive para siempre, y vive para seguirse dando a nosotros y por nosotros, nos va a mostrar EL CAMINO desde esa realidad inmensa del Evangelio, ese pozo de vida porque (como expresó en su diálogo con la samaritana, el agua que yo doy, salta hasta la vida eterna.  A ello nos dirigims, ese punto de plena confianza es el que fomentamos y el que tratamos de universalizar en el Apostolado, que tiene el gran recurso de LA ORACIÓN, y la gran exigencia de LA MISIÓN.  Porque muy mal se entendería a quien vive el espíritu del Apostolado de la Oración quedarse sólo con la segunda parte y no sentirse acuciado por la primera.
             Y la enorme riqueza del Apostolado de la Oración es que entra transversalmente en todo grupo cristiano, activo o contemplativo, en toda vida consagrada (activa o contemplativa), en todo hombre o mujer de sentimientos humanitarios y que admita el valor de suplicar a Alguien que todo lo puede…, sin el este apostolado de la oración suplante, añada nuevas obligaciones, invada terrenos…  Sencillamente el APOSTOLADO DE LA ORACIÓN es alma que vivifica y potencia, y más universaliza en cuanto que no se queda en lo pequeño de un grupo o gueto sino que acoge y aplica las grandes intenciones que el Papa pone como necesidades más universales y perentorias.


2011

2 novb..- DICHOSOS LOS QUE MUEREN EN EL SEÑOR

EL DÍA DE LOS FIELES DIFUNTOS EN LA LITURGIA DE LA IGLESIA
Dogmáticamente apoya estos sufragios por los difuntos un expresión y explicación del libro de los Macabeos, del Antiguo Testamento. Por eso la prueba más fuerte que podemos aducir es la Luturgia ancestal de la Iglesia que siempre oró por los difuntos. Y creo que no se puede ir más allá en un planteamiento serio del tema. Jesucristo no habló nada de un estado intermedio entre Cielo e infierno. Pero un práctica de siglos llevada sin enterrupción por la Iglesia es ya una prueba teológica de máximo nivel
¿Como la concebiría yo? Al modo de le "liberación preservativa" de la Virgen para su Inmaculada Concepción. A los difuntos se les aplican con antelación unos méritos de la Iglesia militante, nosotros, de manera que no se pierde nada de las oraciomes que dirigimos por ellos, pero no "para que no purguen" [de eso no habló nunca Jesucristo], sino para tanto las obras buenas que ellos hicieron (o sus muchos sufrimientos) como las oraciones que nosotros le aplicamos, les hayan hecho dar el paso DE LA PUERTA GRANDE, la final y única, en condiciones de "morir en el Señor"
No me meto si como los primeros llamados a la viña, los del medio o los cogidos por los pelos. ¿Y quien sabe si esos "cogidos por los pelos" dependieron precisamente de esas nuestras oraciones, que Dios misericordioso aplicó a los que estaban a punto de quedarse fuera?
Por supuesto que quien ni quiso asirse al gancho final, no pudo entrar. ¿Y quíen es ese?.
Jesús no describió un pasillo intermedio tras la puerta de la muerte: "Venid benditos", "id malditos". Todavía hay quien pone esa puerta en las fronteras de la "eternidad" que ellos conciben sólo al fin de os tiempos Y yo me quedo pensando que si es o es así, ¿qué me espera a mi alma dando vueltas y revueltas por los espacios siderales, entre millones de tantas otras almas hasta que Cristo apareza en su Gloria.
Más bien estoy seguro que mi encuentro con el Cristo Glorioso va a producirse en el momento de mi muerte, o asi otro cualquiera. Y que aparte de ese instante ya estamos donde estamos. [¿Y no es un dicho muy normal el decir: "ya está con Dios"]. De ahí que la convicción general es que alguien habrá sido muy loco para no haber encontrado ese paso. Pero puede haberlo. De eso no cabe duda. Pero mientras tanto EL DÍA DE LOS FIELES DIFUNTOS nos es un consolador recuerdo de todos nuestros difuntos"que ya están con el Señor. Y que hasta es posible que la Misa que hoy ofrecemos, o la oración que por ellos rezamos, es- en casos- ese gancho último que Dios contaba con él para llevarlo a la última hora y pagarle el denario completo.
Otros de nuestros deudos, es que REALMENTE YA ESTÁN CON EL SEÑOR y no nos cabe duda. Lo cual vale con evidencia que no hay espacios intermedios entre la vida y el después de la muerte.


Y como salgo para la Clínica dentro de una hora por un no sé qué ue se mae ha producido en el pie, aquí acabo mi reflexión que quiere llenar este día de GRAN ESPERANZA, como es el hecho que SON DICHOSS LOS QUE MUEREN EN EL SEÑOR.

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