lunes, 14 de diciembre de 2020

ADVIENTO 3ª SEMANA (Lunes a Sábado) - CICLO B

 Reflexiones de las lecturas de la Semana 3ª del Tiempo de Adviento-CICLO B, tomadas del año 2017.

LUNES

Liturgia:
                      Llegan días –oráculo del Señor- en que suscitaré a David un vástago legítimo: reinará como rey prudente, hará justicia y derecho en la tierra. (Jer.23.5-8). Así comienza hoy la 1ª lectura. No se leyó ayer, por ser domingo…, la genealogía de Jesús, sus ascendientes. En esa relación de tanta importancia para un israelita, constaba que José era de la familia de David, y casado con María, de ella nació Cristo, dándole así José –como varón- el entronque con la familia de David: hijo de David. Es lo que hoy recoge esta 1ª lectura: un vástago legítimo de David, reinará como rey. Es anuncio del Mesías, que traerá a la tierra la justicia y el derecho.

          El evangelio (Mt.1,18-24) ya nos baja al momento concreto en que Dios llama a José y lo implica en el hecho mesiánico porque, aunque él no ha tenido parte en la concepción de María –se le avisa que ha sido obra del Espíritu Santo-, él va a ser quien imponga el nombre al Niño que va a nacer de María: tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a Israel de sus pecados El acto de poner nombre era propio del padre de familia. Y Dios quiere que José realice en todo ese papel, siendo el custodio de aquella familia, y el manto que ocultará el misterio a los ojos del mundo.
          José se pliega al Señor y toma a María y la lleva a su casa, formalizando la boda oficial.
          Estamos ya en la recta final hacia la celebración del nacimiento de Jesús.

MARTES

Liturgia:
          Había un sacerdote, Zacarías, del turno de Abías, que vivía en las montañas de Judea. (Lc.1,5-25). Estaba casado con una gran mujer, tan religiosamente buena como él. La pena que soportaron ambos era el no tener hijos, un baldón para un judío. Los sacerdotes servían al Templo por turnos. Y ahora le toca el turno a Zacarías.
Zacarías entró en el Santuario, como tantas otras veces y se disponía a ofrecer el incienso con todo su recogimiento y emoción… Lo que no contaba él era con la inesperada visita de “un ángel”. Zacarías se quedó quieto, admirado, temeroso, casi petrificado. No podía reaccionar. Miraba, casi sin ver. El “ángel” habló: “No temas”.[Es el saludo típico de las intervenciones de Dios]. Y prosigue el ángel: “Zacarías: tu oración ha sido escuchada”. De verdad pienso que Zacarías no podía hacerse cargo de qué “oración” suya era la que hubiera escuchado Dios
Y el ángel sale por donde menos esperaba Zacarías: “Tu mujer, ISABEL, te dará un hijo, a quien pondrás por nombre JUAN”. ¡Ahora sí que era para echarse a temblar!, porque allí había varios elementos sobrenaturales, casi como dichos de paso, pero bien comprensibles a un israelita. Dos ancianos –estériles-, a quien se les anuncia un hijo…, y tal hijo que trae NOMBRE ya puesto de antemano. Aquí es donde Zacarías se encuentra ante lo sagrado…, con el terror interno reverencial…
Más aún: Un hijo, en cuyo nacimiento, se gozarán muchos… Un niño que será grande a los ojos de Dios, consagrado [no beberá vino ni licor]; y será lleno del Espíritu Santo…, y convertirá a muchos de los hijos de Israel al Señor su Dios…
La gente esperaba fuera extrañada. ¡Algo especial ocurría allí dentro! ¡¡¡Y vaya si ocurría!!! Ha entrado Dios directamente, y eso sólo se entiende DE RODILLAS, y como “gente sencilla”. El mundo, realmente, empieza a estar DEL REVÉS.
Zacarías podía estar perplejo, intentando comprender y asimilar cada palabra del mensajero divino. ¿Qué le anunciaba realmente? Se clarificó Zacarías cuando “el ángel” le dijo: “ese niño Juan precederá delante del Mesías, para retornar los corazones de los hijos (=los judíos actuales) a la de sus padres (=los que vivieron fieles a la promesa de Dios), y de los rebeldes, a la prudencia de los que fueron justos, y así preparar un pueblo bien dispuesto a la llegada del Señor”.
Zacarías, en su atolondramiento, no sabía si escuchaba o soñaba; si le hablaban en realidad o en figura. Yo digo que no sabía ya ni lo que decía, y que “se coló” en pedir una prueba. ¿No le bastaban los diversos ejemplos parecidos de la historia de la salvación? Y preguntó aturdidamente: ¿en qué conoceré yo eso? Porque soy viejo, y mi mujer también. Y el ángel se identifica como el de las gestas sublimes de Dios, Gabriel, que asiste a la derecha del trono de Dios, y le da la prueba: “permanecerás mudo hasta que se cumplan estas promesas” ¿Querías una prueba? Pues esa será la prueba
Y cuando salió fuera, con todos los fieles extrañados por la tardanza, Zacarías “dio la prueba”. Realmente –advirtieron todos- que había tenido una visión. No era menester preguntar. Los demás sacerdotes pretendieron saber… Zacarías hizo señales de que “más tarde”. Primero cumpliría su ritual al quitarse los ornamentos de lino…; tendría tiempo para reflexionar, orar y pensar. El silencio tranquilo, la serenidad que necesitaba, serían el gran medio para poner un poco su mente en orden. Zacarías se retiró. ¿Qué pensó en ese tiempo, no es fácil de imaginar? Desde el, misterio vivido, a la imprudencia de su pregunta, a la ventaja de espacio de silencio para poder entender un poco mejor a Dios y sus maravillas misteriosas.
Acabado su turno, ha marchado a la montaña.  Y todo va como “el ángel” le había dicho. Isabel queda embarazada. Gozosa. Y gozoso Zacarías. Son padres, lo más hermoso para un matrimonio israelita.

Fácil es comprender que la 1ª lectura de hoy (Jueces.13,2-7.24-25) ha venido de la mano de ese evangelio. Precisamente una “prueba” que Zacarías debía haber tenido presente y no hubiera preguntado. Porque en la Sagrada Escritura había ya casos que eran intervenciones de Dios de un modo parecido al que ahora se le anunciaba a Zacarías. Y con un paralelismo muy fuerte con el anuncio de Juan: matrimonio estéril, visita misteriosa de un “angel”, características que ha de vivir Sansón (que ya le ponen a Sansón por delante: no beber bebida fermentada).
La diferencia más notable es que a Zacarías le da el “ángel” el nombre que deberá tener el niño, mientras que la mujer de Manóaj es ella la que elige el nombre de Sansón, para expresar aquella visita inesperada y prodigiosa que había recibido.
Sansón crece y se da a conocer por su fuerza especial. Juan tendrá esa fuerza peculiar que le da haber sido visitado por la madre de su Señor.


Estos días la atención primordial será al Evangelio porque nos lleva de la mano al misterio central: el NACIMIENTO DE JESÚS en la tierra de los humanos, nuestra tierra, nuestra vida.

[Quien desee seguir los hechos del evangelio con más detenimiento, consulte mi libro QUIÉN ES ESTE].


MIÉRCOLES

Liturgia:
                      Una pieza maestra de la literatura evangélica es el relato de la anunciación y encarnación del Verbo de Dios, el Hijo de Dios, en las entrañas de María: Lc 1,26-38. Mil veces leído, varias veces durante el año, y siempre conservando esa lozanía del relato de San Lucas, que leemos con verdadera fruición. Pone ante nosotros el momento que cambió la historia del mundo, el instante en el que Dios entró a formar parte de la raza humana, el momento sublime e impensable en que a pesar de su condición divina, el Hijo de Dios no hizo alarde de su categoría de Dios, sino que se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos.
          Esa maravilla de Dios se hizo posible a través de una muchacha, una doncella de Nazaret, casi recién salida de la adolescencia, que aceptó el anuncio que Dios le hacía, por el que ella era agraciada para acoger libremente la propuesta de Dios: Dios te salve, agraciada, el Señor está contigo, bendita tú entre las mujeres. Y como aquello se despegaba tanto de la humilde condición de una muchacha pobre de una ciudad más pobre todavía, María quedó perpleja y se pregunto a sí misma qué era aquel saludo. El mensajero divino le puso delante de los ojos, de un plumazo, todo el enorme misterio por el que era llamada a ser la madre del hijo del Altísimo, al que el Señor le dará el trono de David, concebido en su seno…
          María estaba ya en pie dispuesta a darle a Dios el SÍ. Pero le quedaba algo por saber en su deseo de darlo todo en plenitud. Y expuso su duda: estoy prometida a un joven, y formalizada la boda, pero aún no estoy casada: “¿Qué es lo que quiere Dios?” ¿Qué tengo que hacer? Está admitido ya todo el plan que Dios me ha puesto delante. Pero ¿cuál es mi papel en todo esto?
          Y el ángel escucha la pregunta y responde: A ti no se te pide que hagas nada; Dios tiene ya su proyecto y será el Espíritu Santo quien venga sobre ti y te cubra con su sombra, su presencia, su acción misteriosa…, de manera que lo que de ti nacerá, SERÁ HIJO DE DIOS. A ti solamente se te pide el consentimiento al plan divino, porque Dios que te creó sin ti, no va a entrar ahora sin tu consentimiento.
          Y María se postró y con plena entereza y conciencia de lo que hacía, respondió con todas las consecuencias: Yo soy la esclava del Señor; que se haga en mí conforme a su palabraY EL VERBO DE DIOS ENTRÓ EN SUS ENTRAÑAS, y habitó en la tierra de los mortales.
          No podemos leer esto como un simple relato. Nos obliga a caer de rodillas, junto a María, y ADORAR. Y venerar a esta muchacha, gran mujer, gigante de la historia de la salvación, que abrió su puerta para que Dios entrara a borbotones en nuestra historia humana, aunque lo hiciera tan quedo como la semilla imperceptible que se habría de ir desarrollando día a día, mes a mes, en el seno de María.
          Dice el relato, como palabra final: Y LA DEJÓ EL ÁNGEL. A mí se me representa al enviado de Dios “saliendo de puntillas”, emocionado de ver una criatura humana que era obediencia personificada, rendida ante su Dios. Nosotros no vamos a salir. Nos vamos a quedar en veneración de María, en adoración del Verbo encarnado, rendidos ante la sublimidad de Dios, que es capaz de hacer cosas tan grandes en la pequeñez de una criatura.

          En María, en oración mística hondísima, estaban bullendo aquellas palabras de Isaías que hemos leído en la primera lectura (7, 10-14), cuando Dios invita a Acaz a pedir una señal a Dios en lo hondo del abismo o en lo más alto del cielo…, una señal fuera del alcance de todo poder humano, y que sólo puede darla Dios. Y Acaz no quiere pedir señal alguna, porque no quiere poner a prueba a Dios. Y Dios le responde que –a pesar de todo- él le da una sublime señal: una virgen concebirá y dará a luz un hijo al que pondrá de nombre DIOS-CON-NOSOTROS. En efecto, en el seno de aquella muchacha, Dios se hacía CON-NOSOTROS y uno de nosotros. Una señal que no pudo ni soñar un hombre, pero que salió como hecho real desde los sueños eternos de Dios.


          María oraba, gozaba, paladeaba aquella profecía… Adoraba la realidad que ya se albergaba en su seno, y tomaría sangre de su sangre, alimento de su alimento, vida de su vida. Ella ES LA MADRE DEL HIJO DE DIOS. Y se le viene a las mejillas una lágrima de emoción humilde, de agradecimiento, de gozos interiores, de necesidad de silencio para poder adentrarse en el misterio que en ella se ha realizado.

JUEVES

María e Isabel

Liturgia:
                      Vamos siguiendo a Lucas, que es el evangelista de la Infancia, y que ha narrado más aspectos de aquellos hechos preliminares a la infancia de Jesús. Nos acaba de mostrar las dos anunciaciones, la de Zacarías en el templo y la de María, en Nazaret. Dos anuncios en la misma línea de presentación de la venida del Mesías, primero con la gestación de Juan, que Zacarías no llegó a creerse totalmente, y pidió señal… El mensajero divino le dio la señal de su mudez. Al fin y al cabo era una señal inequívoca de que Dios estaba detrás del anuncio.
          La otra anunciación, a María. Y en María plena disponibilidad a los proyectos de Dios. Sólo necesitaba saber en concreto cómo quería Dios desarrollar su proyecto. No pide señal, aunque el ángel se la da: su pariente Isabel está de seis meses, aunque era una mujer consideraba estéril.
          En cuanto María se rehace del impacto de su anuncio, María decide irse a ayudar a Isabel. [Lc.1,39-45]. Y marchó a la montaña, donde vivía el matrimonio. En cuanto el saludo de María llegó a su parienta mayor, se levanta una catarata de emociones en los que Isabel nota claramente que el hijo de sus entrañas da saltos en su vientre. Y a voz en grito, –muy propios de la cultura hebrea- comienza a decir, llevada por un Espíritu superior (“había quedado llena del Espíritu Santo”, dice el evangelista): “bendita Tú entre las  mujeres, y bendito el fruto de tu vientre”. 
Zacarías salió precipitadamente, entre asustado y curioso: ¿qué pasaba allí? ¿Qué le había ocurrido a su mujer? Yo no sé si Isabel tuvo siquiera en ese momento una palabra explicativa de que aquella muchachita era su pariente María… Más bien fue María la que se adelantó a saludar a Zacarías. Seguía Isabel en sus mil revoluciones por segundo, como abstraída de todo lo demás.
Podemos imaginar la cara de sorpresa y admiración de María. No había mediado palabra ni explicaciones. Ella no había hecho más que saludar, y no salía de su asombro. Pero es que Isabel seguía en su paroxismo místico (allí solamente podía haber hablado Dios), y a María se le viene encima aquello, que es un reconocimiento público del misterio que había guardado con tanto celo... ¿Quién soy yo –sigue exclamando Isabel- para que me visite la Madre de mi Señor? ¡Dichosa tú, que has creído, porque lo que ha dicho el Señor, se cumplirá".  Zacarías mismo estaba absorto. No podía hablar pero se hacía plenamente consciente de las palabras de su mujer. Y él también estaba emocionado porque estaba comprendiendo que el Mesías Salvador se le metía por sus puertas, bajo el claustro de María.
Isabel se calmaba. María estaba con los ojos bajos, entre extasiada y pudorosa. Y cuando ya pudo hablar, lo que más me encanta es que María no dijo a nada que no… No podía decirlo. (Existen personas que parecen quererse como quitar de encima las alabanzas que reciben. Por supuesto María no es así). Cuanto Isabel le ha dicho es verdad. ¿Qué es bendita y agraciada entre todas las mujeres? - Es verdad. ¿Qué es bendito el fruto de su vientre? - ¡Sin la menor duda! ¿Qué la llamarán bienaventurada todas las generaciones? - Lo más seguro. ¿Qué el niño de Isabel dio saltos en el seno de su madre al saludar Ella, que llevaba dentro al propio Hijo de Dios? - Pues no le extraña nada… Está envuelta en la esfera de lo sobrenatural, y ya sabe ella lo que Dios es capaz de hacer…

Las dos posibles primeras lecturas, a elegir, no narran ningún episodio paralelo en el Antiguo Testamento. Lo que narran son emociones ante las visitas de Dios o –también- refiriendo la visita de María a Isabel. Si es el Cantar (2,8-14) es la búsqueda que el Amado hace de su amada, con bellas y poéticas (=místicas) imágenes. Reflejan la maravilla que luego se verificará en el encuentro de María, con su Hijo en su seno, llegando a la casa de Isabel. Levántate, Amada mía, hermosa mía, Paloma mía…: ven a mí, déjame oír tu voz; tu voz es dulce, tu figura, hermosa.

Si es la lectura tomada de Sofonías (3,14-18) es el grito de satisfacción por el encuentro: Regocíjate, grita de júbilo y gózate de todo corazón…: el Señor tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva; él se goza y se compadece de ti, y se alegra con júbilo como en día de fiesta. Doble alegría: en Isabel, admirada ante María; María que también se regocija en aquella alegría de isabel. Y que, como veremos mañana, se convierte en un emocionado canto de agradecimiento a Dios.

VIERNES

Liturgia:
                      Hoy nos abre boca la 1ª lectura 1Samuel 1,24-28. Ana, una mujer que había suplicado fervorosamente tener un hijo, había recibido de Dios la respuesta afirmativa: nació Samuel y lo llevó al sacerdote Elí. Y su agradecimiento lo expresó cediendo el niño al Templo, al servicio de Dios mientras viva.
          Ella y Elí, con el niño Samuel adoraron a Dios. Es la respuesta de la mujer que, una vez realizado su sueño, todo lo “devuelve” a Dios.

          Con esa lectura entramos en el evangelio de hoy, Lc.1,46-56, que encierra ese cántico de agradecimiento y reconocimiento de María al Dios que la ha elegido y bendecido, admirada por la maravilla que ha hecho Dios en ella.
          María ha escuchado las alabanzas de Isabel. María acepta todas aquellas palabras de exaltación de su pariente, y no niega nada de lo que Isabel ha dicho en alabanza de María. Pero María no se apropia nada, no se envanece por ninguna de aquellas admirables alabanzas. Lo que hace es referirlas todas a Dios.
          Me gusta decir “voltea” todo aquel panegírico y lo hace llegar a Dios. [Es posible que la palabra entrecomillada no tenga exactamente el sentido que yo le veo, y que me llamó la atención en una persona que se sentía denostada y maltrecha por acusaciones de otra, y expresaba así su reacción: “volteaba” –echaba aquellos improperios por encima-, y no se sentía ofendida. A mí me resultó sugerente aquella imagen, y la vi reflejada en este episodio de María. María recibe todas las alabanzas pero las “voltea” –las hace llegar a Dios- y ella se queda sin vanidad alguna por todas esas loas].
          De ahí que la oración de María en este instante sea así: Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador, porque ha mirado la pequeñez de su esclava.
          Otra imagen oriental. Las esclavas sentadas en el suelo junto a la pared, esperando “la dignidad” de que el amo le encargue alguna cosa…, que el amo “la mire” como persona útil. Dios miró a su esclava y le dio el sublime encargo de ser la Madre del Hijo de Dios. Y María se admira y agradece. Y sabe que aquella “mirada de Dios” le eleva por encima de todas las personas y la hace foco de admiración: Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí.
          María extiende sus ojos hacia el mundo… Lo que Dios ha hecho en ella va a ser beneficio para todos: La misericordia de Dios llega a sus fieles de generación en generación… Él hace proezas con su brazo. Y María, recopilando dichos de los profetas, asegura que Dios dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despides vacíos.
          En un país sudamericano rezaba un colectivo esa oración y se le presentó la policía por subversivos. Ignoraban los policías que era una oración de la Virgen. Es que María recogía la gran tradición de Israel en defensa de los pobres de Yawhé, y la bendición de Dios sobre los que están padeciendo la necesidad. Ella sabía lo que era eso, y lo recogió en su cántico de alabanza a Dios, que así lo ha querido. En definitiva era “explicar” aquello de la “pequeñez de su esclava”, como ella se sentía en el fondo de su corazón, pero que precisamente por eso había sido acogida y ensalzada por Dios. Ese Dios que auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia, como lo había prometido a nuestros padres.
          María había expresado su alma ardiente en aquella oración, en aquel momento de exaltación de Isabel y de ella misma. Había quedado expresado su sentimiento, su fe, su convicción.
          El relato concluye ya en la línea plana de la vida diaria, que nos presenta a María que se queda con Isabel unos tres meses –el tiempo que restaba hasta el parto de Isabel- y luego volvió a su casa. María hizo aquello para lo que había ido. Ahora en esos tres meses no hay nada que se salga de lo vulgar de un servicio sencillo. Ahora ya no hay manifestaciones especiales. María vive junto a Isabel y Zacarías todo el tiempo que es útil allí. Y cuando ha cumplido su cometido, regresa a Nazaret.

          San Lucas suele tener el estilo de que, al tocar un tema, lo redondea. Con eso parecería que María no estuvo en los tiempos importantes del nacimiento de Juan, cuya narración será mañana. Pero es lógico que María estuvo más especialmente presente en esos momentos que más la necesitaba Isabel.


SÁBADO


Liturgia:
          El relato que hoy tenemos en el evangelio ha dejado en medio tres meses, desde la llegada de María con los exaltados momentos de emoción que allí se vivieron, hasta que llegara el tiempo del parto de Isabel. Los días en el pueblo de la montaña entraron en la normal monotonía de la vida cotidiana. Zacarías, en su mudez, tuvo mucho tiempo para pensar, sopesar, redescubrir más en profundidad a Dios, al Dios que él no había captado del todo antes de todo esto.          
Isabel y María realizaban las labores de la casa. Isabel desde su pesadez natural; María desde esa agilidad de sus pocos años. ¡Y luego, los ratos gozosos en que hablaban de muchas cosas…, de “sus cosas”, que tanto coincidían en el misterio de Dios!
Y pasaron los breves tres meses y le llegó a Isabel su momento. María, siempre junto a ella, fue un auténtico ángel de Dios.
Lc.1,57-66: Y cuando nació el niño y vinieron de tantas partes familiares y amigos (no era sólo un niño que nacía, sino unas circunstancias especiales de padres mayores), todos empezaron a llamarlo Zacarías, costumbre normal de los primogénitos. Isabel se yergue decididamente y dice que no: porque se va a llamar JUAN.
No les valió mucho su afirmación, que venía de una mujer (lo que en aquella cultura no tenía valor de credibilidad), y le preguntaron a Zacarías. [Observen aquí lo que pudiera decirse un “lapsus” de redacción: Zacarías estaba mudo, pero no sordo; sin embargo el texto dice que le preguntaban por señas]. Zacarías pidió una tablilla y escribió con letras grandes, “JUAN ES SU NOMBRE”. No dice que “se llamará Juan”, que sería como un capricho de familia. Es mucho más: ese Niño TIENE YA SU NOMBRE: “su nombre ES Juan”. Y Zacarías rompe a hablar y a gritar: “Juan es su Nombre”… Para un israelita eso eran palabras mayores. Algo grande ocurría. Y les hace preguntarse, admirados, qué será de ese niño. Y la noticia corre como reguero de pólvora por todos los pueblos y aldeas de la comarca. Hay una convicción honda de que la mano de Dios está sobre él. Y, al estilo bíblico, tantas veces empleado en la Escritura, Zacarías prorrumpe en un cántico de alabanza y reconocimiento de la acción misteriosa de Dios: “Y a ti, niño, te llamarán Profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor para preparar sus caminos, para enseñar al pueblo el camino de la verdad y el perdón de los pecados”].
          Este año no se leerá en la liturgia porque correspondería al día 24, y ese día es 4º domingo de adviento. Es un himno triunfal de alabanza de Dios porque ha visitado y redimido a su pueblo. ¿Cómo? –Suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo. Evidentemente es un cántico mesiánico, una predicción de esa salvación que va a llegar y que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian. Lleva a realidad actual la misericordia que tuvo con nuestros padres, en razón de su Alianza y sus promesas, para que libres de temor, sirvamos a Dios con santidad y justicia.
          Y al llegar aquí es donde se hace referencia expresa a Juan, como ya ha quedado reseñado: Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de sus pecados.


          Encaja aquí la 1ª lectura (Malaquías 3,1-4; 4,5-6) que anuncia a distancia la palabra que trasmite el Señor: Mirad, yo envío mi mensajero para que prepare el camino ante mí. Ese es el anuncio del nuevo “Elías…: el profeta Elías que Dios enviará antes de que llegue el día grande y terrible..., que convertirá el corazón de los padres hacia los hijos y el corazón de los hijos hacia los padres: palabras que reprodujo el ángel en su anuncio a Zacarías. Y tras ese anunciador que cambiará los sentimientos de los corazones, de pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis, el mensajero de la alianza que vosotros deseáis. Jesús, en efecto ya está llamando a las puertas, y lo que es necesario es que nos hayamos dejado tocar por el mensaje de adviento de Juan Bautista, para recibir pronto al Señor, que ya está llegando.

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